MONTANDO EL POLLO. Por Marisa Bono
¡Ay,
madre mía! Por más que bato y bato, este pollo no se pone a punto de nieve.
Montando
el Pollo:
¡Joder,
joder, joder…. Mierda! No me puedo creer que me acuses de pesada y de que
siempre estoy con lo mismo… Montando el pollo por tonterías. Pero ¡cómo no voy
a estar siempre con lo mismo, si llevo más de 25 años diciéndote que, por
favor, bajes la tapa del retrete cuando termines; que no aprietes el tubo de la
pasta de dientes desde la parte de arriba, y que lo dejes cerrado para que no
se seque; que no quemes las sartenes el día que las estas usando por primera
vez, que les limpies el aceite que escurre por fuera desde el borde hasta la
base; que dejes la ropa sucia en el cesto de la ropa sucia; que, si te empeñas
en fregar los platos a mano en vez de meterlos ordenadamente en el
lavavajillas, uses el agua caliente y sobre todo el estropajo y el jabón; que
ese mismo estropajo lo dejes en el recipiente que hay en el fregadero
precisamente para eso, y no debajo de toda la pila de platos y cubiertos; que
cuando te duches y decidas ir a la habitación con la toalla mojada, no la dejes
encima de la cama para que el edredón, las sábanas e incluso el colchón queden
empapados; que cuando te cortes las uñas no las dejes en la encimera de la
cocina…! ¿Qué quieres? ¿Que te haga una tortilla con ellas?.... Pero dime ¿a ti
te gustan los macarrones?.... No verdad? ¿Cuántas veces te los he hecho en 25
años?... Tal vez dos… ¡¡A la primera, te he oído a la primera!!
Y
todavía me dices que son tonterías…Ya te digo yo que lo son. Pero ya no puedo
repetirlo ni una sola vez más. Montar el pollo… no tienes ni idea de lo que es
eso, pero ahora te lo voy a mostrar para que veas la diferencia. Tengo el coche
lleno de gasolina, voy a por las sábanas y a por la manguera.
ARMANDO EL POLLO. Por Olga Guerrero
Para las patas unos alambres; el cuerpo lo haremos de papel maché usando un globo como esqueleto; el cuello y la cabeza, de escayola; las plumas... con… ¡plumas!
- Perdón, profe.
- ¿Qué quieres, Rodrigo? -respondo cansada a su cuarta
interrupción de la explicación-.
- ¿pero, vamos a hacer pollos o gallinas?
- ¿Qué prefieres hacer tú?
- Yo... ¡Pollo!
- Entonces tú, haz un pollo.
- Por dónde íbamos... -Hago un nuevo esfuerzo para
concentrarme; este dolor de cabeza me
está matando, y que los chicos se comporten como críos tampoco ayuda…-.
- Por las plumas, profe.
- Eso, las plumas. Una vez que se haya secado el papel
maché, vamos pegando las plumas, una a una, con la pistola de pegamento.
Recordad que tenemos una para cada cuatro, de modo que tenéis que ser rápidos.
Chicos, salgo un momento, portaos bien.
Salgo al pasillo y me acerco al baño, a ver si me tomo
algo para el dolor de cabeza porque, si no, voy a terminar armando yo el pollo.
ARMANDO, EL
POLLO. Por Olga Guerrero
Las seis nacieron en el mismo gallinero, con una
diferencia de 24 horas entre todas ellas. Mamá gallina las enseña a picar, a
escarbar buscando bichitos, pero todavía no las deja mezclarse con las otras
gallinas, quizás por temor de que estas las ataquen o por recelo de que vayan a
quitárselas. ¡Vete tú a saber lo que pasa por su cabeza loca de gallina!
Las gallinitas se pasan los días picoteando,
cacareando y paseando por el gallinero. Mamá las deja ya salir a la calle,
tienen un pequeño corral, un parque de juegos sólo para ellas, donde se suben a
palos, a piedras, saltan y despliegan sus alas dando grandes saltos, alardes de
pequeños vuelos.
Entre ellas hay una diferente. En vez de picotear y
escarbar, a esta le gusta pasear erguida, subirse al punto más alto y, desde
allí, vigilar a las demás. Siente que son su responsabilidad, que tiene que
cuidarlas, que dependen de ella porque por sí solas no saben cuidarse.
Se siente diferente al resto y eso la incomoda. Las
otras se conforman con ser gallinas; ella no, ella quiere ser alguien, tener
identidad.
Sale de la casa principal la señora, seguida de cerca
por el perro pesado que se pasa el día ladrando y ladrando. Se acerca a la
valla y me mira:
- ¡Vaya! Me parece que tú no eres una gallina.
- ¡Lo sabía! Tenía claro que no era como ellas y ahora
tengo la confirmación.
¡Desde hoy seré Armando, Armando, el pollo!
¡¡SE ARMÓ EL POLLO!! Por Encarna
Bas
- ¡No
te puedes imaginar la que se ha armado!
¡¡He pasado un miedo horroroso!!
-Bueno,
pues cuéntamelo ya, que me tienes en ascuas.
-Es
que no sé por dónde empezar; casi me juego la vida y la de Diana.
-Te
lo advirtió tu madre, pero, claro, como ahora lo más importante es Josetxu,
pues, hala, a jugártela tú y la niña a
la que llevabas de comparsa.
-Tienes
razón.
-Venga,
empieza.
-Pues
veras, ya sabes que había un concurso de paellas en la iglesia de Berango, y ya
sabes cómo es el recinto. Bordea el edificio una gran campa limitada por una
tapia de piedra. En la campa se hicieron los fuegos y cada grupo estaba
cocinando su arroz.
Diana
y yo nos bajamos del tren dispuestas a comernos un buen plato y pasar un día en
el campo, Eso es lo que me había propuesto Josetxu, No sospechaba que solo éramos un bulto para disimular.
-Te
lo habían advertido bien clarito, anda continúa.
-Se
estaban repartiendo las raciones, cuando, de repente, entró la policía a caballo…
Las paelleras volaban por los aires esparciendo arroz, la gente gritaba, era
una auténtica ratonera de difícil salida debido a la tapia. Cogí a Diana de la
mano y corrí por entre los fuegos hacia la salida. No paré hasta llegar a la
estación. El corazón se me salía; nos sentamos en un banco a esperar al tren
que nos trajese a casa. Ya no importaba el tiempo de espera Estábamos a salvo. No
nos dijimos ni palabra en todo el trayecto. Solo le dije: “a mamá, ni palabra “.
Si
has leído el periódico, ya sabes lo que pasó. Los titulares lo explican:
“ABORTADA REUNIÓN CLANDESTINA DE E.T.A DONDE SE INTERCAMBIABAN CONSIGNAS…”.
- ¡¡Se
armó un pollo!! El ruido fue ensordecedor durante un eterno minuto.
Así
hablaban dos adolescentes, amigas desde la infancia. A una de ellas le había
cegado un amor de verano…
MONTANDO UN POLLO. Por Claire Tarbet
Para empezar, tuve que buscar cómo se escribía la expresión; no hace falta decir que no la había escrito bien. Luego tuve que pararme a pensar cómo iba a abordar el tema.
Para empezar, tuve que buscar cómo se escribía la expresión; no hace falta decir que no la había escrito bien. Luego tuve que pararme a pensar cómo iba a abordar el tema.
Soy una persona bastante tímida; tiendo a guardar silencio y a pasar desapercibida, incluso cuando no debería, con tal de evitar montar una escena. Después de pensarlo mucho, se me vino a la mente una situación... Mi primer año en Madrid y mi primer viaje en metro.
Era agosto, uno sudoroso y caluroso. Estaba con mi compañera del piso, Bev. Me había enseñado algunas expresiones básicas para poder desenvolverme en el día a día, como pedir el cambio o la cuenta. Una de las más útiles me parecía que era “Déjame en paz”, la cual encontré un poco difícil por la pronunciación de la “J”. Nos habíamos echado unas risas, a mi costa, en mis intentos de conseguir una buena pronunciación.
Esa misma noche íbamos a salir a nuestra discoteca favorita, Xenon, en Callao. Alrededor de las 7 de la tarde, bajamos las escaleras de la entrada del metro de Plaza Castilla. Nos unimos a la corriente de personas que iban de un lado para otro, mientras nos reíamos y hablábamos de nuestras cosas. Llegamos al andén, estaba lleno. El tren entró en la estación y se detuvo. Se abrieron las puertas y en avalancha entraron todos y nosotras seguimos la corriente. Nos habíamos separado la una de la otra debido a la cantidad de gente que había. Dentro del vagón recuerdo vívidamente el olor de la mezcla de sudor y tabaco característico del metro de aquellos años. El tren empezó a moverse y al principio no pensé que hubiera pasado nada; se mecía de lado a lado; pero, más tarde, me di cuenta de que detrás de mí alguien se estaba frotando contra mi muslo. No me lo podía creer. Me di la vuelta y le miré directamente a los ojos, grité “déjame en paz” y le agregué “you f**king wanker”. El hombre inmediatamente se apartó con una mirada de falsa inocencia y murmuró algo que no logré entender, pero estaba segura de que desmentía cualquier cosa. A mi alrededor, los demás pasajeros me observaban perplejos. No sabían qué ocurría. En cuanto el tren llegó a la siguiente estación, salí rápidamente de aquel vagón. Me paré en mitad del andén un poco aturdida. Mi amiga seguía dentro. Decidí sentarme en un banco de la estación a esperarla, ya lo habíamos hablado antes en el caso de que nos perdiésemos.
Creo
que he recordado esta situación debido a las últimas manifestaciones contra el
abuso de las mujeres. Aunque mi experiencia no fuese tan extrema como la de
otras mujeres que han levantado la voz y han dado a conocer sus historias, creo
que es una de las situaciones más recurrentes y comunes
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