Dibujo realizado con la técnica Sumi-e por Elena Margarita |
LA CAÍDA,
por Marisa Bono
Voy
a contaros un caso que me ocurrió el otro día, y que aún no sé muy bien cómo
catalogar, si como suceso sorprendente o como chiste.
Estaba
en una de esas cafeterías en el centro de mi ciudad, con olorcito a cruasán y café recién hechos, donde resulta tan
agradable hacer tiempo a la espera de que abran uno de esos comercios que aún
tienen la antigua costumbre de cerrar a la hora de la comida. No había mucha
gente; la tranquilidad, el sosiego y el silencio se habían hecho con el local.
Saqué mi libro, y con él en una mano y un té rojo con un poco de leche en la
otra, me dispuse a darle un buen empujón al entretenido libro que estoy leyendo
durante las dos horas que me faltaban hasta la apertura de la tienda en cuestión.
Leí,
leí y leí… y, en uno de esos momentos en que levanto la vista del libro para
pasar la página, veo que alguien desde la barra me sonríe saludando; se acerca
con un café en la mano; llega hasta mi mesa, me planta un par de besos y se
sienta a mi lado.
Me
quedo sorprendida ante tanta familiaridad, pero incapaz, por otra parte, de
preguntar abiertamente “¿quién eres?” y deshacer la confusión, y con cada
minuto que transcurría me resultaba más y más difícil salir de aquel equívoco.
Va
pasando el tiempo y compruebo que nos ponemos a hablar sin ningún tipo de
problema, de cantidad de temas, algunos de ellos sin importancia, o de la
actualidad, de la familia, del trabajo…. Y de otros más personales, que yo, de
naturaleza más bien tirando a introvertida, me cuesta comentar con las personas
de mi entorno y, de ninguna manera, ante gente desconocida.
Sin
embargo, le expreso mis opiniones sin ningún tipo de reparo; le hablo de mis
temores más íntimos, de la profunda tristeza y soledad que me provocan los
años, de lo que yo considero que es la felicidad, de la melancolía de los
domingos por la tarde, de la sensación que me ha producido el último libro
leído, el último viaje realizado, la última película vista, en fin… Le hablo de
mí.
Le
hablo tan sinceramente como sólo imagino que puede hacerse ante un dios
invisible o una persona desconocida, que no van a juzgarte y, si en algún
momento van a hacerlo, tampoco te importa, ya que es probable que no vuelvas a
verlos nunca más en tu vida y la opinión que puedan hacerse de ti es
irrelevante.
Se
ha pasado el rato y estoy tan relajada
que, cuando quiero darme cuenta, son las siete de la tarde, no he leído
ni cinco páginas del libro, me he tomado tres tés, y me he olvidado por
completo de las compras que tenía que hacer. El tiempo vuela realmente cuando
se está a gusto.
Nos
levantamos, recogemos nuestras cosas, pagamos la cuenta y cuando ya estamos en
la puerta de la cafetería, despidiéndonos con los dos besos de rigor, no puedo
contenerme y le digo:
- Vas
a perdonarme, pero tu cara me suena.
- Pues,
anda claro, como que soy tu hermano – me contesta.
- No,
no, de eso no, me suenas de otra cosa…
Me
abstraigo pensando un segundo, buscando en el último pliegue de mi cerebro,
allá donde vive la memoria y entonces…¡CAÍ!
LA CAÍDA, por Olga Gallego
¿Hola? ¿Hola? No oigo nada, creo que estoy sola. Me
cuesta trabajo respirar y moverme. No veo, pero no sé si es porque tengo los
ojos cerrados o por la oscuridad que me rodea. Tengo frío. A ver, espera
q recuerde... No sé qué día es hoy... Ni si es de día o de noche... ¡Ay! Sí, ya
lo recuerdo. Íbamos a hacer una salida a la montaña, pero ¿Adónde? ¿Con
quién?
No puedo levantarme;
hay algo q me lo impide. Intento girarme, pero el espacio a mi alrededor
es muy escaso. Voy a centrarme. Intentaré mover primero los pies, los giro, los
separo y... No consigo sentir un apoyo en las plantas de los pies. Creo q estoy
tumbada, pero ¿boca arriba o boca abajo? Escupo, hum, boca arriba, no hay
duda. Tengo la cabeza más alta que los pies, o al menos en la misma línea, eso
seguro, porque no noto presión en las sienes. Noto frío en la espalda y no
puedo mover los brazos, no los siento, los noto como dormidos. Lo intento con
los dedos, creo q muevo algunos, pero me cuesta bastante. Parece que los
tuviera atrapados bajo un peso muerto. Repasemos, estoy tumbada boca arriba con
los brazos atrapados, y sigo sin recordar cómo he llegado hasta aquí.
Estoy recuperando el tacto en una de mis manos, y la
superficie es lisa, lisa y fría, húmeda tal vez. Estoy empezando a ponerme un
poco nerviosa. Recuerdo que íbamos a ir a una nueva cueva y pienso que igual me
he caído en su interior. Pero ¡por qué no soy capaz de recordar nada! Espera,
sí, ahora lo recuerdo... Hemos quedado con unos amigos para hacer una ruta por
la Pedriza, pero no recuerdo con quién ni cómo hemos llegado hasta aquí.
Oigo pasos
-
Y mamá, ¿dónde está?
-
¡Estoy aquí!! -consigo gritar al fin- ¡aquí!!
De repente, veo una luz que me llega de refilón y la
cara de mi hijo que asoma por un lateral. ¡Estoy salvada, por fin me han
encontrado!
-
Mamá, ¿por qué lloras?
No lloro, es la emoción de volver a verte y de saber que
van a sacarme de aquí -me digo para mis adentros-.
-
¿Y qué haces debajo de la cama? ¿Te has caído?
LA CAÍDA, por Encarna Bas
El
plan de aquella tarde prometía ser perfecto. Un paseo a caballo por el monte y
una cena con amigos. Era todo lo que necesitaba para sentirme feliz y en paz.
Todo
se truncó cuando mi caballo tropezó con una raíz y yo fui a dar con mis huesos
en el suelo.
Aquella
caída, que rompió mi medula, acabó con la vida que llevaba.
Días
de hospital, operaciones, pérdida de “amigos” hacían que, poco a poco, también
se me fuera rompiendo el alma. Las jornadas eran grises y monótonas, solo
esperaba la muerte.
Un día,
que había amanecido como otro más, apareció la sustituta de una de las enfermeras,
y mientras me lavaba, me dijo:
- "Es verdad que no tienes movilidad en las piernas,
pero sí en los brazos. Puedes ver y oír. ¡Tienes la vida! ¡Aprovéchala y disfrútala
con todo lo que tienes!
No podrás
correr, ni bailar, pero sí puedes ver el
cambio de las estaciones y notar el viento en la cara, tomarte un café en el
bar del parque y tener amigos.
Eres
el dueño de tu vida; el gran señor de tus actos".
Lo
asimilé y, con muchos miedos y constancia, me puse manos a la obra
Ahora
tomo el sol otoñal junto a Bimba, mi perra labrador, mientras esperamos a otros
coleguillas también con perro, para tomarnos un vinito.
Aquella
chica desconocida y muy sabia, a pesar de su juventud, consiguió hacerme creer
que existen los ángeles.
SUEÑO EN OCRE, por Emilia
Ruiz
Caes en suave balanceo,
trémula, insegura, como quien no quiere llegar ni posarse.
La rama es ya solo una
evocación; queda lejos ahora su savia y cobijo; atrás, los cálidos días de
reunión en torno al cielo.
Surcas la llovizna de esta
tarde de octubre,
Te capitanea la brisa
racheada, empeñada en evitar tu descenso. Te me escapas airosa, huidiza, pues
tampoco tú quieres tocar el suelo.
Ven al lecho y descansa,
que ya volverán las primaveras. Sueña en verde, que despierta tu alma de hoja;
duérmete en mi ocre, que calienta los cuerpos y los reposa.
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