martes, 22 de agosto de 2017

LOTERÍAS


“Un número especial”, por Gloria Gallego Guerrero 

Hoy quería comprar la lotería; eran las 7 de la tarde (o las 19 horas) y  me bajé en la línea 5.

Quería que fuese un número especial.

Podría contar los pasos hasta llegar a la  cola y ese podría ser mi número: 1, 2, 3, 4, 5, 6,… Ufff, se me fue la cabeza, un montón de pasos y eso no soluciona mi dilema.

¡¡Había mucha gente intentando conseguir los últimos números!!, pero yo no quería un número cualquiera.

Terminado en 2, que es el día de mí cumple. El 56, que son mis años, o el 61, del año en que nací… El 17, que es el año que comienza…

Mi carnet de identidad termina en 69, un buen número también, seguro que ese se ha agotado enseguida…

Mi casa, el 25, un número muy bonito, pero con poca personalidad, muy ahí en el medio.

El 4, donde viven mis padres; el 5, la casa de Madrid; el 21, en José Picón, y de todos los demás ni me acuerdo, no tenían que ser interesantes.

¡Podría contar la gente que pasa con pantalón vaquero de ahora a que me toque y así dejaría decidir al destino! El destino…

1, 2, 3, 4, 5, 6, ese no sé si es un vaquero. Se lo podría preguntar porque, claro, no es lo mismo 1 más o 1 menos. Esto no lo soluciona.

Podría buscar un 47, los números de la contraseña del banco, pero claro, un poco arriesgado, luego tendría que cambiarla y ya tengo bastantes números en la cabeza.

La contraseña del teléfono termina en 53; es un número bonito, pero puestos en los cincuenta prefiero el 56, que serán los que cumplo este año. El otro día me lo preguntaban y no recordaba si tenía 55 o 56, claro son tantos…, por ahí, por los 50. Mis hijos van por los 20; recuerdo yo los 20 como una época de sufrimientos, espero que para ellos sean más felices.

Cogí el 661 para llegar a Madrid. Este número lo uso mucho, pero es verlo y ya me agobio. No, ese no.

Y, si hablo de agobio, me recuerda la báscula, que voy por 64 y tendría que estar en 55.

O sea, que tengo 50 y soy de los 80 y nací en los 60. Mis hijos, que nacieron en los 90, serán de la primera década del 21, a esa que aún no han puesto nombre. Tendrán ellos que cumplir 50 y yo tendré 90.

La Nacional 6, la carretera 503 y 506, la M-50, M-40, la M- 30…

56 años, DNI 69, peso 54, contraseña 53, vivo en el 25 del 28210, ¡por favor, qué lío!  “Y dígame, ¿qué número le gustaría?”.


 Musiquilla celestial”, por María Luisa Bono Bandera

Abro el ojo sobresaltada y ya es de día.

¡Qué luz, qué sol! ¡Hoy es la lotería!

Salto de la cama y, aún en pijama,

pongo corriendo la tele y escucho el soniquete

“Nino naninoooooo ninoninooooooooo.

Mil eurooooooossssssssss”.

Imagino esta musiquilla celestial

en los pasillos de la oficina, aquí es esencial,

en el tren, la peluquería, el autobús y el salón,

en el mercado, el taxi, el banco y la estación.

Me preparo el café y las tostadas

y me siento ante la tele ilusionada,

sueño con el gordo todo para mí

y casi casi entro en frenesí. 

“Nino naninoooooo ninoninooooooooo.

Mil eurooooooossssssssss”.

Vuelvo a la realidad en un instante

cojo papel y boli muy expectante,

dispuesta a anotar todos los premios

y a no poner en ello nada de ingenio.

Y, entre sorbo de café y “bocao” a la tostada,

a lo tonto tonto doy alguna que otra cabezada.

“Nino naninoooooo ninoninooooooooo.

Mil eurooooooossssssssss”.

Me despierto del sueñecito sobresaltada

pensando si seré yo la afortunada…,

y, mientras salen las aburridas pedreas,

compruebo mis números, no vaya a ser que sea y

que sin saber tenga el gordo en la mano

y pueda los números premiados dejar de anotar,

para pasar a la siguiente fase, o sea, festejar.

De momento, parece que no me acompaña la suerte

y sigo anotando los premios aquí y ahora, en el presente.

“Nino naninoooooo ninoninooooooooo.

Mil eurooooooossssssssss”.

No sé muy bien cómo me las apaño,

pero entre el pis, el hambre e ir al baño,

no paro de levantarme del cómodo sillón

dejando de prestar al sorteo toda mi atención.

Pasan los minutos y las horas

y llego a la acertada conclusión

de que, cada vez que me levanto,

salen los premios gordos a mogollón.

“Nino naninoooooo ninoninooooooooo.

Mil eurooooooossssssssss”.

Ya casi son las doce y el sorteo va a terminar,

empiezo a colocar los premios, para mejor comprobar,

los números que entre Juan Carlos y yo hemos comprado,

para mirarlos y remirarlos, y ver si nos ha tocado.

Después de más de una revisión,

llegamos a la triste conclusión,

de que el año que viene, tocará repetición;

Aunque puede que sea posible

que haya errado en la ajetreada anotación,

Y me quede todavía la ilusión

De comprobarlos por última vez, en el “periódico- ón”.

“Nino naninoooooo ninoninooooooooo.

Mil eurooooooossssssssss”.

“Aquel 22 de diciembre”, por Encarna Bas

Aquel año, había sido nefasto. El padre de Juan había muerto el verano anterior. Su vida había cambiado totalmente: su madre se había puesto a trabajar, ya no estaba tanto en casa y, cuando su hermana María y él llegaban a casa, después del cole, la casa estaba vacía, en el amplio sentido de la palabra .

Habían pasado de poder comprar lápices, cuadernos, chuches…que todo era muy caro y el dinero se utilizaba para cosas importantes, como la comida, el gas, la luz y el cole.

La cabeza de Juan tampoco pasaba por su mejor momento. Había perdido la ilusión, no soñaba con hacer planes y su imaginación estaba congelada.

Se acercaban las Navidades y el ambiente familiar estaba gris .Un compañero del cole le regalo una participación de lotería  de la oficina de su padre. No se la enseñó a su madre; la guardó como un tesoro entre sus cuentos y fue como si se le hubiera abierto una ventana.

Se imaginó que le tocaba mucho dinero y que volvían a ser felices .

Llegó el 22 de Diciembre; el cielo de la ciudad estaba cubierto, no por nubes, sino por los deseos de todos sus habitantes. Aquellos trocitos de papel con un numero impreso tenían la posibilidad de convertirse en una casa, un viaje, un coche, unas deudas pagadas…..y el número de Juan equivalía a la felicidad, algo abstracto, pero que daba paz.

El número de Juan no tocó ni tampoco el reintegro, ni nada de nada. Salió a la calle a dar una vuelta, estaba de vacaciones; por lo menos así vería luces mientras llegaba la hora de la llegada de su madre. Su hermana estaba en casa de una amiga y él se sentía solo.

En un rincón vio un bulto marrón, se acercó y  dos ojos negros le miraron con infinita tristeza. Era un perro sucio y feo. Siguió su camino. Los ojos lo acompañaban. Retrocedió.

-No te voy a dejar aquí. Te comprendo muy bien, le dijo al perro.

Juan pensó que se la jugaba llevándolo a casa; era una boca más; estaba sucio. Todo era una complicación, pero tenía que probar y, haciendo acopio de valor, lo cogió en brazos y el perro se dejó.

Por fin, llegaron su madre y su hermana. Él estaba de los nervios. Lo vieron, primero con sorpresa y en silencio. Al cabo de un rato, la madre esbozó una sonrisa, la primera en muchos meses. Comenzó la realidad, había que mantenerlo, vacunas, sacarlo a pasear varias veces al día…

Se sentaron en el cuarto de estar los tres. Juan buscaría un trabajito por las tardes para contribuir a la alimentación. María lo sacaría al venir del cole y la madre no puso demasiadas pegas. Los tres sonreían. A ellos también les había tocado la lotería, no una lotería al uso, claro, pero les había tocado una llave especial, para abrir nuevamente la puerta de la estabilidad.

“66.513”, por Olga Guerrero Gallego

"Campana sobre campa-ana, y sobre campana u-una..."
¡Hartita me tiene ya el villancico del centro comercial y eso que lleva solo una semana! ¡Madre mía, la que me espera! Claro, que igual a los veintiún días dejo de oírlo, ¿no dicen que para integrar una nueva rutina en tu vida debes llevarla a cabo durante veintiún días seguidos? Pues eso, en dos semanas integro el villancico y ya. Bueno, eso si no me lo cambian antes, que será lo más probable. Voy a tomarme un café al bar de Antonio, a ver si me quita este frío que tengo calado en el cuerpo.

Antonio es un buen hombre que regenta el bar que heredó de su padre, un local viejo y triste que pide a gritos un cambio de aires, nueva decoración, obras en los baños, ampliar la cocina... En otras palabras, una reforma extrema; Antonio lo tiene todo pensado y calculado, aunque le falta el dinero. Lleva meses peleándose con los bancos, pero, como siempre pasa, todo son largas y papeleos.

-Antonio, ¡ponme un café que vengo helada! Cóbrate y toma, te traigo el décimo que me pediste, a ver si te gusta. Es el 66513. Me voy fuera, que creo que me están buscando.

- No señora, del 5 no me queda. Llévese el 7, que dicen que este año traerá suerte por eso de que acaba en  7…
- Pues no, no sé cómo calcular su número de la suerte a partir de la fecha de nacimiento. No, a partir del peso y la talla, tampoco.

Todos los años igual, distintas personas, pero siempre las mismas preguntas. Si yo supiera el número afortunado, sería la primera en jugarlo y con seguridad lo compartiría con mi gente, mis amigos, mi familia... pero no con un extraño al que le vendo un décimo. 

Ahí está otra vez, y como siempre en martes y a la misma hora. Toca al timbre, le abren, sube y, a las dos horas, baja de nuevo. Muy misterioso, sobre todo porque en ese edificio solo viven una pareja de ancianos, una familia de rumanos (buena gente, pero sin papeles en regla), un profesor jubilado y Elsa Montes, una vedete de la época del destape con años de más y éxitos de menos. Si tengo que decidirme por alguien, me decanto por... ¡Elsa! Es la única que puede permitirse un masajista a domicilio cada semana, que digo yo que de eso tratará tanta visita. ¡Uy, creo que viene hacia aquí!

- ¿Perdona? ¿El 3? Sí, claro que me queda, ¿cuántos dices? Toma, son 80€. 

Parece que la tarde está animada, a este paso antes de que dé la hora habré terminado con todos los décimos.

- Hola, buenas tardes. Sí, claro que tengo. Elíjalo usted misma. Gracias.

- No, del 4 no queda ya nada; solo tengo el 3, el 6, el 7 y el 8. Son pocos sí, pero es que hoy es el último día. Le recuerdo que mañana es 22. Llévese el 3, bueno el 13, que igual este año le trae suerte. Hágame caso, que no se arrepentirá, bueno como quiera, tenga el 7.

Nada, que no hay manera de vender el 13. Al final, me los voy a tener que quedar todos y llevo unos cuantos. Bueno, quitando los tres que se ha llevado el misterioso visitante de los martes y el que le he vendido a Antonio, me quedan.... uno, dos, tres, cuatro... ¡puf, un montón! El 66.513…Pues a mí me parece un número bonito.

Por ahí viene Macarena con su niña, la pequeña Luna. Macarena es la hija del quiosquero, una chica adorable, educada y muy buena estudiante. Una noche, el primer año de facultad, salió con sus amigas de copas un fin de semana. A última hora decidieron  entrar en un “after” nuevo, uno que está por la calle Desengaño. Todo eran risas y baile hasta que empezó a sentirse mal. Un fundido en negro es lo último que recuerda; se despertó en los baños, la ropa desgarrada, la boca seca, amarga y el alma rota en mil pedazos porque no podía, no quería creer lo que le había pasado. Nueve meses después nació Luna. “Macarena, ¿quieres lotería? Venga, mujer, que seguro que toca: el 66.513... Toma, sí 20€. ¡Suerte!”.

- Hola, Iván. ¿Cómo vas? Me alegro, ten cuidado con los escalones, que por la noche los mueven. Iván es un chaval con daño cerebral sobrevenido, un accidente de tráfico le ha dejado con secuelas de por vida; camina con dificultad, apenas puede hablar y su capacidad intelectual es la equivalente de un niño de 6 años. Depende para todo de sus padres, dos ancianos de 70 años que se han dejado la vida por su hijo y que no pueden permitirse enfermar ni, por supuesto, morir. ¡Qué duro llegar al final de tu vida y no poder disfrutarlo! 

- Toma, Iván, un décimo para mañana, el 66.513 ¿a que es bonito? Guárdalo bien, que seguro que toca. 

Caray, qué jaleíto he tenido al final. El impulso de la última hora y las últimas corazonadas me han salvado la campaña y me he quedado solo con tres décimos del 66.513. Me los echaré como regalo de navidad, que este año no llevo nada de nada.

La emisora sonaba como siempre en el bar de Antonio: "... y a las 13:00 horas del 22 de diciembre sale el gordo de la lotería de Navidad. El número agraciado es el 66.513, que se ha vendido íntegramente en Madrid. ¡Enhorabuena a todos los afortunados!".





LA LOTERÍA, por Ana Donate

Por fin llegan las Navidades y, con ellas, una de las costumbres más populares desde de estas fechas desde que tengo memoria, el premio de la lotería del 22 de diciembre, el premio gordo de Navidad, que acto seguido pasa a convertirse en el día de la salud.
Hasta el que no tiene ninguna costumbre de comprar lotería, para ese día compra, como yo.
Bueno, pues llegó el día. Me levanto nerviosa y contenta porque hoy es el día en que me tocará la lotería. Empiezo a preparar todo lo que conlleva para mí el día del sorteo. Enciendo el televisor; en mi mesa pongo un mantel blanco, para ir preparando mi altar particular del día de la lotería de Navidad; lo hago todos los años, es una tradición.

Saco todos los décimos y participaciones que tengo y los coloco por orden, de menor a mayor. Enciendo mis velas especiales del dinero y pongo a mi San Pancracio con su perejil y su moneda y espero a que empiece la retransmisión del sorteo de Navidad. Comienzan a salir los números premiados y ninguno es el mío; todas las ilusiones de lo que tenía pensado hacer con el premio se desvanecen y las guardo para el año que viene, que seguro que ese sí que me toca, estoy segurísima…



La llave de la felicidad, por Encarna Bas

Aquel año había sido nefasto. El padre de Juan había muerto el verano anterior. Su vida había cambiado totalmente; su madre se había puesto a trabajar, ya no estaba tanto en casa y, cuando su hermana María y él llegaban a casa después del cole, la casa estaba vacía, en el amplio sentido de la palabra.
Habían pasado de poder comprar lápices, cuadernos, chuches, a que todo fuera, de repente, muy caro y el dinero se utilizaba para cosas importantes como la comida, el gas, la luz y el colegio.
La cabeza de Juan tampoco estaba en su mejor momento. Había perdido la ilusión, no soñaba con hacer planes y su imaginación estaba congelada.
Se acercaban las Navidades y el ambiente familiar resultaba gris .Un compañero del cole le regaló una participación de lotería  de la oficina de su padre .No se la enseñó a su madre; la guardó como un tesoro entre sus cuentos y fue como si se le hubiera abierto una ventana.
Se imaginó que le tocaba mucho dinero y que podrían volver a ser felices.
Llegó el 22 de Diciembre, el cielo de la ciudad estaba cubierto, no por nubes, sino por los deseos de todos sus habitantes. Aquellos trocitos de papel con un numero impreso tenían la capacidad de poder convertirse en una casa, un viaje, un coche, unas deudas pagadas… El numero de Juan equivalía a la felicidad entera, algo quizá demasiado abstracto, pero que le procuraba paz.
El número de Juan no resultó premiado, ni tampoco el reintegro ni nada de nada. Salió a la calle a dar una vuelta; estaba de vacaciones y por lo menos vería luces mientras llegaba la hora de que su madre regresara; su hermana estaba en casa de una amiga y él se sentía solo.
En un rincón vio un bulto marrón, así que se acercó y  dos ojos negros le miraron con infinita tristeza. Era un perro sucio y feo. Siguió su camino. Los ojos le acompañaban. Retrocedió.
-No te voy a dejar aquí. Te comprendo muy bien, le dijo al perro.
Juan pensó que se la jugaba llevándolo a casa. Era una boca más; estaba sucio. Todo era una complicación, pero tenía que probar suerte y, haciendo acopio de valor, lo cogió en brazos; el perro se dejo.
Por fin, llegaron su madre y su hermana. Él estaba de los nervios, lo vieron, primero con sorpresa y en silencio. Al cabo de un rato, la madre esbozó una sonrisa, la primera en muchos meses. Comenzó la realidad; había que mantenerlo, vacunas, sacarlo varias veces al día…

Se sentaron en el cuarto de estar los tres. Juan buscaría un trabajito por las tardes para contribuir a la alimentación. María lo sacaría al venir del cole y la madre no puso demasiadas pegas. Los tres sonreían. A ellos también les había tocado la lotería, no al uso, claro, pero la suerte sí les había traído una llave para abrir, nuevamente, la puerta de la estabilidad.

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