“Un
número especial”, por Gloria Gallego Guerrero
Hoy quería comprar la
lotería; eran las 7 de la tarde (o las 19 horas) y me bajé en la línea 5.
Quería que fuese un número
especial.
Podría contar los pasos
hasta llegar a la cola y ese podría ser
mi número: 1, 2, 3, 4, 5, 6,… Ufff, se me fue la cabeza, un montón de pasos y
eso no soluciona mi dilema.
¡¡Había mucha gente
intentando conseguir los últimos números!!, pero yo no quería un número
cualquiera.
Terminado en 2, que es el
día de mí cumple. El 56, que son mis años, o el 61, del año en que nací… El 17,
que es el año que comienza…
Mi carnet de identidad
termina en 69, un buen número también, seguro que ese se ha agotado enseguida…
Mi casa, el 25, un número
muy bonito, pero con poca personalidad, muy ahí en el medio.
El 4, donde viven mis padres;
el 5, la casa de Madrid; el 21, en José Picón, y de todos los demás ni me
acuerdo, no tenían que ser interesantes.
¡Podría contar la gente que
pasa con pantalón vaquero de ahora a que me toque y así dejaría decidir al
destino! El destino…
1, 2, 3, 4, 5, 6, ese no sé
si es un vaquero. Se lo podría preguntar porque, claro, no es lo mismo 1 más o
1 menos. Esto no lo soluciona.
Podría buscar un 47, los
números de la contraseña del banco, pero claro, un poco arriesgado, luego
tendría que cambiarla y ya tengo bastantes números en la cabeza.
La contraseña del teléfono
termina en 53; es un número bonito, pero puestos en los cincuenta prefiero el 56,
que serán los que cumplo este año. El otro día me lo preguntaban y no recordaba
si tenía 55 o 56, claro son tantos…, por ahí, por los 50. Mis hijos van por los
20; recuerdo yo los 20 como una época de sufrimientos, espero que para ellos
sean más felices.
Cogí el 661 para llegar a
Madrid. Este número lo uso mucho, pero es verlo y ya me agobio. No, ese no.
Y, si hablo de agobio, me
recuerda la báscula, que voy por 64 y tendría que estar en 55.
O sea, que tengo 50 y soy de
los 80 y nací en los 60. Mis hijos, que nacieron en los 90, serán de la primera
década del 21, a esa que aún no han puesto nombre. Tendrán ellos que cumplir 50
y yo tendré 90.
La Nacional 6, la carretera
503 y 506, la M-50, M-40, la M- 30…
56 años, DNI 69, peso 54,
contraseña 53, vivo en el 25 del 28210, ¡por favor, qué lío! “Y dígame, ¿qué número le gustaría?”.
“Musiquilla
celestial”, por María Luisa Bono
Bandera
Abro
el ojo sobresaltada y ya es de día.
¡Qué
luz, qué sol! ¡Hoy es la lotería!
Salto
de la cama y, aún en pijama,
pongo
corriendo la tele y escucho el soniquete
“Nino
naninoooooo ninoninooooooooo.
Mil
eurooooooossssssssss”.
Imagino
esta musiquilla celestial
en
los pasillos de la oficina, aquí es esencial,
en
el tren, la peluquería, el autobús y el salón,
en
el mercado, el taxi, el banco y la estación.
Me
preparo el café y las tostadas
y me
siento ante la tele ilusionada,
sueño
con el gordo todo para mí
y
casi casi entro en frenesí.
“Nino
naninoooooo ninoninooooooooo.
Mil
eurooooooossssssssss”.
Vuelvo
a la realidad en un instante
cojo
papel y boli muy expectante,
dispuesta
a anotar todos los premios
y a
no poner en ello nada de ingenio.
Y,
entre sorbo de café y “bocao” a la tostada,
a lo
tonto tonto doy alguna que otra cabezada.
“Nino
naninoooooo ninoninooooooooo.
Mil
eurooooooossssssssss”.
Me
despierto del sueñecito sobresaltada
pensando
si seré yo la afortunada…,
y,
mientras salen las aburridas pedreas,
compruebo
mis números, no vaya a ser que sea y
que
sin saber tenga el gordo en la mano
y
pueda los números premiados dejar de anotar,
para
pasar a la siguiente fase, o sea, festejar.
De
momento, parece que no me acompaña la suerte
y
sigo anotando los premios aquí y ahora, en el presente.
“Nino
naninoooooo ninoninooooooooo.
Mil
eurooooooossssssssss”.
No sé
muy bien cómo me las apaño,
pero
entre el pis, el hambre e ir al baño,
no
paro de levantarme del cómodo sillón
dejando
de prestar al sorteo toda mi atención.
Pasan
los minutos y las horas
y
llego a la acertada conclusión
de
que, cada vez que me levanto,
salen
los premios gordos a mogollón.
“Nino
naninoooooo ninoninooooooooo.
Mil
eurooooooossssssssss”.
Ya
casi son las doce y el sorteo va a terminar,
empiezo
a colocar los premios, para mejor comprobar,
los
números que entre Juan Carlos y yo hemos comprado,
para
mirarlos y remirarlos, y ver si nos ha tocado.
Después
de más de una revisión,
llegamos
a la triste conclusión,
de
que el año que viene, tocará repetición;
Aunque
puede que sea posible
que
haya errado en la ajetreada anotación,
Y me
quede todavía la ilusión
De
comprobarlos por última vez, en el “periódico- ón”.
“Nino
naninoooooo ninoninooooooooo.
Mil
eurooooooossssssssss”.
“Aquel 22 de diciembre”, por
Encarna Bas
Aquel
año, había sido nefasto. El padre de Juan había muerto el verano anterior. Su
vida había cambiado totalmente: su madre se había puesto a trabajar, ya no
estaba tanto en casa y, cuando su hermana María y él llegaban a casa, después
del cole, la casa estaba vacía, en el amplio sentido de la palabra .
Habían
pasado de poder comprar lápices, cuadernos, chuches…que todo era muy caro y el
dinero se utilizaba para cosas importantes, como la comida, el gas, la luz y el
cole.
La
cabeza de Juan tampoco pasaba por su mejor momento. Había perdido la ilusión,
no soñaba con hacer planes y su imaginación estaba congelada.
Se
acercaban las Navidades y el ambiente familiar estaba gris .Un compañero del
cole le regalo una participación de lotería
de la oficina de su padre. No se la enseñó a su madre; la guardó como un
tesoro entre sus cuentos y fue como si se le hubiera abierto una ventana.
Se
imaginó que le tocaba mucho dinero y que volvían a ser felices .
Llegó
el 22 de Diciembre; el cielo de la ciudad estaba cubierto, no por nubes, sino
por los deseos de todos sus habitantes. Aquellos trocitos de papel con un
numero impreso tenían la posibilidad de convertirse en una casa, un viaje, un
coche, unas deudas pagadas…..y el número de Juan equivalía a la felicidad, algo
abstracto, pero que daba paz.
El
número de Juan no tocó ni tampoco el reintegro, ni nada de nada. Salió a la
calle a dar una vuelta, estaba de vacaciones; por lo menos así vería luces
mientras llegaba la hora de la llegada de su madre. Su hermana estaba en casa
de una amiga y él se sentía solo.
En
un rincón vio un bulto marrón, se acercó y
dos ojos negros le miraron con infinita tristeza. Era un perro sucio y
feo. Siguió su camino. Los ojos lo acompañaban. Retrocedió.
-No
te voy a dejar aquí. Te comprendo muy bien, le dijo al perro.
Juan
pensó que se la jugaba llevándolo a casa; era una boca más; estaba sucio. Todo
era una complicación, pero tenía que probar y, haciendo acopio de valor, lo
cogió en brazos y el perro se dejó.
Por
fin, llegaron su madre y su hermana. Él estaba de los nervios. Lo vieron,
primero con sorpresa y en silencio. Al cabo de un rato, la madre esbozó una
sonrisa, la primera en muchos meses. Comenzó la realidad, había que mantenerlo,
vacunas, sacarlo a pasear varias veces al día…
Se
sentaron en el cuarto de estar los tres. Juan buscaría un trabajito por las
tardes para contribuir a la alimentación. María lo sacaría al venir del cole y
la madre no puso demasiadas pegas. Los tres sonreían. A ellos también les había
tocado la lotería, no una lotería al uso, claro, pero les había tocado una
llave especial, para abrir nuevamente la puerta de la estabilidad.
“66.513”, por Olga Guerrero
Gallego
"Campana
sobre campa-ana, y sobre campana u-una..."
¡Hartita me tiene ya el villancico del centro comercial y eso que lleva solo una semana! ¡Madre mía, la que me espera! Claro, que igual a los veintiún días dejo de oírlo, ¿no dicen que para integrar una nueva rutina en tu vida debes llevarla a cabo durante veintiún días seguidos? Pues eso, en dos semanas integro el villancico y ya. Bueno, eso si no me lo cambian antes, que será lo más probable. Voy a tomarme un café al bar de Antonio, a ver si me quita este frío que tengo calado en el cuerpo.
¡Hartita me tiene ya el villancico del centro comercial y eso que lleva solo una semana! ¡Madre mía, la que me espera! Claro, que igual a los veintiún días dejo de oírlo, ¿no dicen que para integrar una nueva rutina en tu vida debes llevarla a cabo durante veintiún días seguidos? Pues eso, en dos semanas integro el villancico y ya. Bueno, eso si no me lo cambian antes, que será lo más probable. Voy a tomarme un café al bar de Antonio, a ver si me quita este frío que tengo calado en el cuerpo.
Antonio
es un buen hombre que regenta el bar que heredó de su padre, un local viejo y
triste que pide a gritos un cambio de aires, nueva decoración, obras en los
baños, ampliar la cocina... En otras palabras, una reforma extrema; Antonio lo
tiene todo pensado y calculado, aunque le falta el dinero. Lleva meses
peleándose con los bancos, pero, como siempre pasa, todo son largas y papeleos.
-Antonio,
¡ponme un café que vengo helada! Cóbrate y toma, te traigo el décimo que me
pediste, a ver si te gusta. Es el 66513. Me voy fuera, que creo que me están
buscando.
-
No señora, del 5 no me queda. Llévese el 7, que dicen que este año traerá
suerte por eso de que acaba en 7…
- Pues no, no sé cómo calcular su número de la suerte a partir de la fecha de nacimiento. No, a partir del peso y la talla, tampoco.
- Pues no, no sé cómo calcular su número de la suerte a partir de la fecha de nacimiento. No, a partir del peso y la talla, tampoco.
Todos
los años igual, distintas personas, pero siempre las mismas preguntas. Si yo
supiera el número afortunado, sería la primera en jugarlo y con seguridad lo
compartiría con mi gente, mis amigos, mi familia... pero no con un extraño al
que le vendo un décimo.
Ahí
está otra vez, y como siempre en martes y a la misma hora. Toca al timbre, le
abren, sube y, a las dos horas, baja de nuevo. Muy misterioso, sobre todo
porque en ese edificio solo viven una pareja de ancianos, una familia de
rumanos (buena gente, pero sin papeles en regla), un profesor jubilado y Elsa
Montes, una vedete de la época del destape con años de más y éxitos de menos.
Si tengo que decidirme por alguien, me decanto por... ¡Elsa! Es la única que
puede permitirse un masajista a domicilio cada semana, que digo yo que de eso
tratará tanta visita. ¡Uy, creo que viene hacia aquí!
-
¿Perdona? ¿El 3? Sí, claro que me queda, ¿cuántos dices? Toma, son 80€.
Parece
que la tarde está animada, a este paso antes de que dé la hora habré terminado
con todos los décimos.
-
Hola, buenas tardes. Sí, claro que tengo. Elíjalo usted misma. Gracias.
-
No, del 4 no queda ya nada; solo tengo el 3, el 6, el 7 y el 8. Son pocos sí,
pero es que hoy es el último día. Le recuerdo que mañana es 22. Llévese el 3,
bueno el 13, que igual este año le trae suerte. Hágame caso, que no se arrepentirá,
bueno como quiera, tenga el 7.
Nada,
que no hay manera de vender el 13. Al final, me los voy a tener que quedar
todos y llevo unos cuantos. Bueno, quitando los tres que se ha llevado el
misterioso visitante de los martes y el que le he vendido a Antonio, me
quedan.... uno, dos, tres, cuatro... ¡puf, un montón! El 66.513…Pues a mí me
parece un número bonito.
Por
ahí viene Macarena con su niña, la pequeña Luna. Macarena es la hija del
quiosquero, una chica adorable, educada y muy buena estudiante. Una noche, el
primer año de facultad, salió con sus amigas de copas un fin de semana. A
última hora decidieron entrar en un “after” nuevo, uno que está por la
calle Desengaño. Todo eran risas y baile hasta que empezó a sentirse mal. Un
fundido en negro es lo último que recuerda; se despertó en los baños, la ropa
desgarrada, la boca seca, amarga y el alma rota en mil pedazos porque no podía,
no quería creer lo que le había pasado. Nueve meses después nació Luna. “Macarena,
¿quieres lotería? Venga, mujer, que seguro que toca: el 66.513... Toma, sí 20€.
¡Suerte!”.
-
Hola, Iván. ¿Cómo vas? Me alegro, ten cuidado con los escalones, que por la
noche los mueven. Iván es un chaval con daño cerebral sobrevenido, un accidente
de tráfico le ha dejado con secuelas de por vida; camina con dificultad, apenas
puede hablar y su capacidad intelectual es la equivalente de un niño de 6 años.
Depende para todo de sus padres, dos ancianos de 70 años que se han dejado la
vida por su hijo y que no pueden permitirse enfermar ni, por supuesto, morir. ¡Qué
duro llegar al final de tu vida y no poder disfrutarlo!
-
Toma, Iván, un décimo para mañana, el 66.513 ¿a que es bonito? Guárdalo bien, que
seguro que toca.
Caray,
qué jaleíto he tenido al final. El impulso de la última hora y las últimas
corazonadas me han salvado la campaña y me he quedado solo con tres décimos del
66.513. Me los echaré como regalo de navidad, que este año no llevo nada de
nada.
La
emisora sonaba como siempre en el bar de Antonio: "... y a las 13:00 horas
del 22 de diciembre sale el gordo de la lotería de Navidad. El número agraciado
es el 66.513, que se ha vendido íntegramente en Madrid. ¡Enhorabuena a todos
los afortunados!".
LA
LOTERÍA, por Ana Donate
Por fin llegan las Navidades y, con ellas, una de las
costumbres más populares desde de estas fechas desde que tengo memoria, el
premio de la lotería del 22 de diciembre, el premio gordo de Navidad, que acto
seguido pasa a convertirse en el día de la salud.
Hasta el que no tiene ninguna costumbre de comprar
lotería, para ese día compra, como yo.
Bueno, pues llegó el día. Me levanto nerviosa y
contenta porque hoy es el día en que me tocará la lotería. Empiezo a preparar
todo lo que conlleva para mí el día del sorteo. Enciendo el televisor; en mi
mesa pongo un mantel blanco, para ir preparando mi altar particular del día de
la lotería de Navidad; lo hago todos los años, es una tradición.
Saco todos los décimos y participaciones que tengo y
los coloco por orden, de menor a mayor. Enciendo mis velas especiales del
dinero y pongo a mi San Pancracio con su perejil y su moneda y espero a que
empiece la retransmisión del sorteo de Navidad. Comienzan
a salir los números premiados y ninguno es el mío; todas las ilusiones de lo
que tenía pensado hacer con el premio se desvanecen y las guardo para el año que
viene, que seguro que ese sí que me toca, estoy segurísima…
La llave de la felicidad, por Encarna Bas
La llave de la felicidad, por Encarna Bas
Aquel
año había sido nefasto. El padre de Juan había muerto el verano anterior. Su
vida había cambiado totalmente; su madre se había puesto a trabajar, ya no
estaba tanto en casa y, cuando su hermana María y él llegaban a casa después del
cole, la casa estaba vacía, en el amplio sentido de la palabra.
Habían
pasado de poder comprar lápices, cuadernos, chuches, a que todo fuera, de
repente, muy caro y el dinero se utilizaba para cosas importantes como la comida,
el gas, la luz y el colegio.
La
cabeza de Juan tampoco estaba en su mejor momento. Había perdido la ilusión, no
soñaba con hacer planes y su imaginación estaba congelada.
Se
acercaban las Navidades y el ambiente familiar resultaba gris .Un compañero del
cole le regaló una participación de lotería de la oficina de su padre .No se la enseñó a
su madre; la guardó como un tesoro entre sus cuentos y fue como si se le
hubiera abierto una ventana.
Se
imaginó que le tocaba mucho dinero y que podrían volver a ser felices.
Llegó
el 22 de Diciembre, el cielo de la ciudad estaba cubierto, no por nubes, sino
por los deseos de todos sus habitantes. Aquellos trocitos de papel con un
numero impreso tenían la capacidad de poder convertirse en una casa, un viaje,
un coche, unas deudas pagadas… El numero de Juan equivalía a la felicidad
entera, algo quizá demasiado abstracto, pero que le procuraba paz.
El
número de Juan no resultó premiado, ni tampoco el reintegro ni nada de nada. Salió
a la calle a dar una vuelta; estaba de vacaciones y por lo menos vería luces
mientras llegaba la hora de que su madre regresara; su hermana estaba en casa
de una amiga y él se sentía solo.
En
un rincón vio un bulto marrón, así que se acercó y dos ojos negros le miraron con infinita tristeza.
Era un perro sucio y feo. Siguió su camino. Los ojos le acompañaban. Retrocedió.
-No
te voy a dejar aquí. Te comprendo muy bien, le dijo al perro.
Juan
pensó que se la jugaba llevándolo a casa. Era una boca más; estaba sucio. Todo
era una complicación, pero tenía que probar suerte y, haciendo acopio de valor,
lo cogió en brazos; el perro se dejo.
Por
fin, llegaron su madre y su hermana. Él estaba de los nervios, lo vieron, primero
con sorpresa y en silencio. Al cabo de un rato, la madre esbozó una sonrisa, la
primera en muchos meses. Comenzó la realidad; había que mantenerlo, vacunas,
sacarlo varias veces al día…
Se sentaron
en el cuarto de estar los tres. Juan buscaría un trabajito por las tardes para
contribuir a la alimentación. María lo sacaría al venir del cole y la madre no
puso demasiadas pegas. Los tres sonreían. A ellos también les había tocado la lotería,
no al uso, claro, pero la suerte sí les había traído una llave para abrir,
nuevamente, la puerta de la estabilidad.
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