sábado, 30 de noviembre de 2019

EL SILENCIO



EL SILENCIO, Encarna Bas
Empezaba a hacer fresquete, cambiábamos de estación y parecía ayer que sacábamos la ropa de verano. Vacié el armario, toda la ropa sobre la cama y con un paño húmedo comencé a quitar el polvo acumulado en rieles y cajones. Estaba más sucio que otras veces. ¡¡Umm!! incomprensible.
Empecé a ordenar, en un cajón la ropa interior. Este año no necesitaba comprar nada, todo estaba en buen uso. En otro, los pijamas, calentitos y confortables. En el siguiente, las blusas y polos y, por fin, en el ultimo, los jersey. Algunos llevaban conmigo años, las pelotas de lana hablaban de nuestra vida juntos, pero no era capaz de desprenderme de ellos. El cajón se volvió multicolor...
Un montón aguardaba en el suelo para ser lavado y quedar encerrado hasta el verano siguiente. Durante todo esta labor, la música me acompañaba, no la escuchaba, pero si la oía.
Me senté en la cama para contemplar mi obra .Apagué la radio; un montón de ideas llegaban en tropel a mi cabeza. Tenia que ordenarlas. Había sido un año convulso en mis relaciones personales y, allí, mi armario, como un jeroglífico, me lo estaba contando todo.
Fui repasando: un traje bueno y bonito para alguna ocasión, pocas, donde el resto te juzga por la etiqueta, no por ti .Alguna falda o pantalón para esos días en los que te sientes bien con el mundo y te vistes para ti .La ropa interior hay momentos que mejor no llevarla, pero sabes que te espera tranquilamente, y al final, tienes la ropa amiga, esa que te pones todos los días, que no te importa manchar, que te la pones para todo y tus amigos, los que son como esta ropa, no la encuentran ni usada ni rozada ni con pelotas… Solo recuerdan los momentos que viviste con ellos.
Algunas prendas se te quedan pequeñas, hay amigos que se estancan en su evolución mental. Otra ropa te esta grande, tu evolución ha sido más lenta ese año, y esos amigos te llevan por senderos diferentes, aunque no los compartas, con lo cual desarrollas el respeto y la tolerancia. Pero siempre los admiras. Luego hay ropa, poca, que hay que sacar del armario, es tóxica y ya no se puede aprovechar.
Y por fin, están los que tienen que sufrirme, como vosotras, que este año también me veréis con mi jersey de dibujos en zigzag adornado con purpurinas varias y flecos en las mangas pero es que, queridas amigas, lo tengo que amortizar, ¡¡me costó 10 euros!!

SILENCIO, Por Rosa Martínez
Silencio, una palabra tan significativa que desaparece nada más pronunciarla…
Silencio, eso me gustaría a mí cuando la “loca de la casa”, así llamo yo a la mente, no para de parlotear a su libre albedrío.
Esto me recuerda una bonita tarde de juego con mi sobrina, la niña de mis ojos, con tan solo dos años y medio, que tiradas en el suelo, riendo, disfrutando, me tumbó y se sentó sobre mi pecho.
Con sus pequeñas y perfectas manitas me sujetó la cara y mirándome, con esos preciosos e intrigantes ojos verdes que desde su nacimiento son tan penetrantes, a veces de asustar, me dijo:
-Ochi, que así me llama desde niña, cuando tu cuerpo se para, él sigue hablando…
Perpleja y con un poco de susto, para ser sincera, me atreví a preguntarle:
-¿Y qué es lo que está diciendo?
Ella sin quitarme la mirada de mis ojos, me contestó:
-Tú lo sabes, escucha.
Se bajó de mi regazo y como una niña de dos años siguió jugando, muy al contrario de mí, que no podía dar crédito a lo que acababa de suceder. Pero ella tenía razón nuestro cuerpo, nuestra mente nunca está en SILENCIO.
Siempre he buscado el silencio, y algo he encontrado en tantos años de búsqueda…
MEDITACIÓN, RESPIRACIÓN, SILENCIO.

EL SILENCIO, Olga Guerrero

Te oigo, te pienso, te siento,
Silencio
Te anhelo, te espero, te quiero,
Silencio
Te veo, te sigo, te espío
Silencio

Me buscas, me encuentras, me pierdo,
Silencio
Me sigues, me paras, me dices
Silencio
Me amas, me ocultas, me tapas
Silencio

En el baño, en la ducha, en la cama,
Silencio
En la casa, en la sala, en mi alma, 
Silencio
En mis manos, en mi estado, en mi mente,
Silencio
En sus ojos, en su gesto, en su vientre,
Silencio

En la calle, en la plaza, en el parque,
Silencio
En el bosque, en la cima, en la orilla
Silencio

Por supuesto, por respuesta, porque sí,
Silencio
Por encima, por debajo, por allí
Silencio
Por la puerta, por el hueco, por mi lado
Silencio

Se rueda, se piensa, se huele
Silencio
Se quiere, se busca, se puede
Silencio

Shhhh calla, no digas, ya sé.



SILENCIO, por Emilia Ruiz
Regreso del sueño cada mañana, en silencio, justo el que necesito para ordenarme por dentro, para recordar quién soy y qué me espera en el mundo, ahora que tengo los ojos abiertos. 

Necesito el vacío de palabra para recobrar las ganas y lanzarme al día. Desaconsejo que nadie perturbe el momento de mi liturgia en silencio, la del café humeante y la mirada perdida.

Falta al menos una hora para que pueda ser capaz de sonreír, después de dar gracias por todo lo que tengo y tomar conciencia de que la vida merece mucho la pena. Esa gran verdad cósmica me es revelada por el silencio, en silencio.

Se rompe la magia imperturbable cuando se van despertando mis hijos, de uno en uno, haciendo aumentar a cada minuto el nivel de ruido y agitación. No importa, no zozobres, que con hijos chillones también resulta apetecible vivir, me digo, mientras contengo el grito en la garganta con el que reprocharles que no obedecen a ninguna de mis indicaciones y van a conseguir que el vecino de al lado quiera mudarse de barrio.

Recobro el silencio y la calma en el justo momento en que dejo a los ruidosos en el colegio. Me despido de ellos mientras suben la escalera, que se me antoja larga y tardona. Una sonrisa se me dibuja en los labios sabiendo como sé que media hora de silencio en el pensamiento me separa del próximo baño de estruendo del aula. Aun con la música estridentemente alta, siento con satisfacción que puedo navegarme el alma, abstraída frente al parabrisas y el horizonte.

Llego al trabajo. Con un pie en mi clase, después del efusivo saludo a los compañeros y alumnos, compruebo que no soy la misma que se despertó al rayar el alba, que en ese escenario donde soy profesora me siento llena de ilusión y energía. Sonrío y me muevo con seguridad y soltura. Creo que convenzo a todos de que me gusta lo que explico y  de que aprenderlo puede procurarles a ellos la misma felicidad. 

"Profe, tú es que siempre sonríes". "No te creas, amigo, que yo siempre me despierto escupiendo fuego, enfadada con todo y con todos porque habría preferido quedarme aferrada al silencio de la noche".

A pesar de la alegría que me embarga la mayor parte de los días en el trabajo, hay varios e insufribles momentos en el transcurso de las clases en los que vuelve a saltar por los aires el equilibrio. "Shhhh, shhhh, silencio!!!!" ¿Queréis dejarme terminar la frase? ¿Por qué chilláis así, como polluelos hambrientos y enloquecidos? Silencio, silencio, por favor. Hasta que no calléis, no sigo. No siento que respetéis mi esfuerzo por abrir la ventana de vuestros cerebros...

Se me frunce el ceño. Pienso entonces en lo vulnerable que es la paz interior, en cuánto ruido nos ensordece y colapsa. Comprendo al observar a mis alumnos que, en realidad, no hay mala intención en su comportamiento. No saben ser de otra manera, porque les han enseñado a ser así, a hablar siempre para opinar siempre, porque alguien pensó alguna vez que no se puede privar a los niños de su libertad de expresión, no se vayan a traumatizar los pobres. 

Me doy cuenta de que no solo debo enseñarles la vida de las palabras, cuántas existen y cómo se ordenan para nombrar el mundo, sino que, también, están pidiendo a gritos alguien que les calle la boca, que les enseñe el valor del silencio, para escuchar lo que los demás nos tienen que contar, para aprender a corresponderles solo cuando es oportuno y pertinente. Porque en silencio es como dejamos trabajar a nuestra mente; saber callar es la fórmula prudente para no invadir el espacio de los demás, en silencio es como podemos apreciar la belleza de la poesía y la música, elegantes quebrantadores de mi calma.

Shhhh, shhhh, contened la palabra, no me robéis " las ganas de tener ganas" de hablaros y sonreíros, ensordeciéndome ahora el oído y el alma.

Silencio, que en silencio llegamos al día, y a la vida, y en silencio nos vamos al sueño, que todo lo acalla. Me siento a esperarlo, olvidada del ruido del día, que tanto me espanta...

viernes, 29 de noviembre de 2019

ANOCHE NO DORMÍ


“Anoche no dormí”, Marisa Bono

Desde que regresé de las vacaciones, hace ya muchos días, una pesadilla recurrente me surge en el inicio del sueño. No tengo miedo, y sin embargo, después de despertarme sobresaltada por ella, me resulta imposible volver a conciliar el sueño y no puedo dejar de pensar en ella durante el resto de la noche.

Una extraña figura sin forma definida, aunque yo en el sueño sé a ciencia cierta que es humana, viene envuelta en telas de muestrario de colores apagados e infinidad de hilos multicolores están pegados por toda la figura a modo de flecos largos. Viene acercándose a mí parsimoniosamente, con una sonrisa deforme, preguntándome sin palabras, tan solo con un movimiento de lo que parece ser su boca, algo que no entiendo, pues de su cavidad bucal no sale ningún sonido, aunque la mueve despacio, como si tuviera que leerle los labios.

En uno de sus apéndices, que también estoy segura de que es un brazo, lleva un extraño utensilio, que identifico como una grapadora; su extraña mano en garra no para de presionarla constantemente, y por eso salen volando pequeñas esquirlas de metal; su brazo se mueve constantemente, pausadamente, de forma que asemeja una especie de pétalos de flor que caen al suelo como una fina lluvia lenta de diminutas gotas plateadas. El otro brazo acaba en unas tijeras inmensas, que van dando tijeretazos al viento sin ton ni son.

Conforme se me va acercando, noto que a cada momento, la extraña figura parece más desasosegada, y en ese instante sé que su nerviosismo se debe a que tengo algo que hacer, que me está diciendo sin palabras que haga algo, pero no sé qué es, y, ante mi incapacidad para entenderlo, yo empiezo a participar de su misma intranquilidad. Le grito cada vez más fuerte, instándole a que me hable, hasta que por fin me despierto enredada en las propias sábanas, angustiada por no poder desembarazarme de ellas.

“Anoche no dormí”. Me fui a la cama tarde para acumular cansancio. Me tomé un vasito de leche caliente y una pastilla para dormir, con la esperanza de que alguna de estas medidas, o todas juntas, surtieran algún efecto, y me permitieran dormir durante toda la noche, sin sobresaltos ni angustias.

Pero nada, la pesadilla volvió. Y tal vez debido al cóctel formado por la leche, la pastilla y el cansancio acumulado durante tantas noches en vela,  mi actitud ante la aparición fue mucho más tranquila y a la vez más resolutiva, y no sé de dónde me vino la intuición, pero en el momento en el que empezaba a desasosegarme por la falta de entendimiento le dije: “Vete en paz, Jesús; vete en paz, que no estoy enfadada, Jesús Muñoz. Descansa en paz, que me gustan mucho mis sillones, Jesús Muñoz Muñoz”, el tapicero.

ANOCHE NO DORMÍ, Esther Garzas
Recuerdo mis años universitarios. Teníamos nuestra rutina establecida. Los días de la semana en los que teníamos que ir a clase estábamos centrados en nuestras tareas, en nuestros quehaceres, clases, libros, trabajos exámenes. Pasábamos noches sin dormir en condiciones, entretenidos en un proyecto o en repasar y preparar un duro examen.

Cuando llegaba el fin de semana sentíamos nuestra liberación. Como pequeños animales salvajes que han estado enjaulados buscábamos en el fin de semana resarcirnos del tiempo robado.

Noches sin parar de bailar y descubrir lugares recónditos e inesperados.  Cuatro alocados amigos, sin sentido o a veces con él. Tumbados en la hierba oliendo la noche y soñando con un futuro que desconocíamos.

Noches perdidas en ciudades nuevas. Noches donde no teníamos objetivo o quizá sí, pero no iba más allá de soñar con lo inalcanzable, de sentir y vivir como si mañana no existiera. Algún lunes renunciamos a la primera hora de clase por estar tumbadas recuperándonos, preparándonos con café caliente la semana y sus responsabilidades.

Éramos muy iguales las cuatro.  Gustos similares, lecturas, películas. Las cuatro estudiábamos Psicología; quizá eso ayudase a entendernos mejor, quién sabe. Compartíamos nuestras experiencias. Las prácticas eran una locura, pero nos reíamos de cada situación como si la hubiéramos vivido juntas.

Sentíamos casi de la misma manera la alegría y la tristeza. Quizá tantas horas juntas en la misma residencia facilitó así fuera. Nuestra vida fue nuestra en la universidad. Nos sentíamos dueñas de cada decisión, de cada emoción. Nunca llorábamos solas, ni reíamos solas siempre buscamos la manera de estar la cuatro juntas. No sabíamos el motivo; es como si un hilo nos uniera y nos dejásemos llevar.

Nunca pensamos que la universidad se terminaría, supongo que pensamos que la vida sería así siempre. Nuestros miedos se reflejaban en el fin de dicho ciclo; fue real el día de la despedida. No lloramos porque sabíamos que nuestro hilo no se había roto.

Sin embargo, cada una de nosotras empezó a recorrer su camino y  volvió a tratar de encontrarse consigo misma, sin ser un tándem siendo única… Toda la belleza que sentí habíamos creado se fue diluyendo. Al principio de manera discreta, sin sentirlo, pero en poco tiempo nuestras vidas eran otras diferentes.

A veces recuerdo con nostalgia, añoranza, aquella sensación de libertad, aquel orden desorganizado. Ahora cada una de nosotras ha buscado un lugar en el mapa y ha decidido crear su nuevo universo. Quizá mantengamos esa conexión e igual volvamos a encontrarnos en un momento y seamos el mismo huracán de éxtasis o, quizá, no nos reconozcamos porque solo fuimos una esos años de universidad.

Mi café de la mañana, el olor del amanecer, ya no saben igual. “Anoche no dormí”, nada mi pequeña Carmela me llamaba como si quisiera recordarme que ella era mi nuevo pequeño caos, mi nueva y diferente felicidad.




ANOCHE NO DORMÍ, Ana Donate

Ya es tarde, muy tarde y mañana madrugo. Tengo un día largo y duro por delante. Me voy a dormir.

Me acuesto; ya tengo puesta la alarma para despertarme. Tengo la botella de agua en la mesilla y el caramelo de menta por si tengo tos.

Mentalmente, mi cabeza repasa todo para poder dormir tranquila. La ropa de mañana quedó preparada; el bolso y los zapatos, también. Sigo pensando... He elegido bien la parte de arriba para que sea fácil poder levantar la manga y dejar el brazo libre de ropa, sí elegí bien.

Apago la luz, cierro los ojos, y a dormir que mañana será otro día.

Me estoy quedando dormida y me despierto sobresaltada. No puedo dormir, ya me veo en el centro de salud, en la habitación de la consulta de los análisis de sangre y no puedo dormir. Otra vez como cada vez que tengo extracción de sangre, anoche no dormí.

ANOCHE NO DORMÍ, Gloria Gallego
-No me lo creo Lucia, espera me abro una cerveza y me cuentas con calma, este teléfono no funciona bien, voy al salón para oírte mejor, no me cuelgues es un momento.
-Siempre igual. Te lo digo, Nacho, es un gran descubrimiento, pero a partir de ahora no podrás dormir, lo tendrás en la mente. Aquí, en Yakutch, el centro de investigación está acondicionado y dormimos a menos 0 grados, esperamos que esto funcione, y, si no, pues será como siempre ha sido…, pero ahora lo sabemos.
-¿Desde dónde me llamas? No sabía que estabas en Siberia. La la última vez que hablamos estabas en Kenia.
- Sí, hemos tenido que trasladarnos con todo el material.
-Lucia, ya sabes lo poco que me interesan tus investigaciones y la ciencia. No te entiendo, intenta explicármelo como cuando eramos pequeños.
-Sí, son como unos gusanos de tres centímetros, la lengua succiona todo el agua de nuestro cuerpo y vísceras como si fuera una esponja y para irse abriendo camino tienen unos dientes como agujas, esto nos produce lo que llamamos vulgarmente el envejecimiento, me sigues?
- Sí, continua, no se qué decirte.
-Por dentro estamos llenos, se reproducen a lo largo de toda nuestra vida adulta. Cuando ya no tienen nada que succionar cambian de cuerpo. Siempre de noche, mientras dormimos, se concentran en el cerebro, los intestinos y las vísceras. Con el frio se vuelven vagos y trabajan lento, en los países de más calor están muy extendidos. La temperatura y la falta de agua en el entorno los alimenta y los hace más activos, no puedo decirte mucho más, por ahora los resultados son secretos, pero quería qué lo supieras.
- Lucia, ¿cuándo va a darse a conocer esto? Las cosas pueden ponerse muy mal, puede haber un movimiento grande de población, habrá qué prever todo antes de soltarlo así…
- Cálmate, te voy a decir que estamos desarrollando unas cápsulas para dormir a 0 grados o mejor hibernar, pero esto es caro.
-No podéis decir nada. Los países pobres donde más calor hace, se morirán todos., y…
-Escúchame, Nacho, nosotros no estamos cambiando nada, esto no es una enfermedad, ni una epidemia, solamente conocimiento.
-¡Pues vaya mierda de investigación qué estáis haciendo! No aporta nada al mundo, solamente unos cuantos van a poder pagarse sus cápsulas y sus viajes de hibernación. Los demás nos dormiremos y nos iremos muriendo.
-Nacho, como hasta ahora, no cambia nada, cuídate y procura dormir poco, Espero verte el año próximo en Navidad como siempre en casa de papá. 


ANOCHE   NO   DORMÍ, Encarna Bas

¡¡¡Pero bueno!!! Las 2.30 y no he pegado ojo desde las 11 que me metí en la cama. La cinta de boleros de Top Radio vuelve a empezar, amores y desamores entre las notas.

Alguien se levanta y anda con cuidadito, cosa que se agradece. El patio se ilumina con la luz de la escalera y el ascensor se pone en marcha. Hay que llamar al administrador, porque la puerta del portal no cierra bien.

Mañana tengo que hacer compra, que no se me olvide la mantequilla, ni los frutos secos. Otra vez el ascensor, esta vez para en el 3º, ¡¡la que se va a armar entre madre e hijo por llegar tarde!! Por cierto, qué disgustada está Pilar con la niña y no es para menos porque la niña está rebelde, cosas de la edad. Eso me recuerda a los gritos y amenazas de mi madre con acabar el veraneo al día siguiente, total por llegar un poco tarde y sin avisar…

La perra rebulle en su cesto, no me extraña, me debe encontrar inquieta.

Hace mucho que no vamos al cine. Llamaré a las chicas, que escoja  Bego que es la más complicada y luego tomamos algo antes de venir a casa .

¡¡Pero si son las 4!!

Pobre Enrique, cómo se ha muerto. Le vamos a echar de menos... Era muy ameno y buena persona. No quiero ponerme triste.

No sé porque no me duermo.Tengo mi vida a en orden, estoy sana, con achaques propios de la edad, no debo dinero ni favores que me esclavicen, tengo amigos, me gusta lo que hago… ¿Por qué estoy como un búho?

Tengo la cabeza como un bombo de loterías en el que los pensamientos van y vienen.Y por fin encuentro el motivo. Estoy nerviosa porque mañana ceno con mis amigas "empiñadas" y, como a los niños, la ilusión me quita el sueño.

ANOCHE NO DORMÍ, Rosa Martínez
Anoche no dormí, o eso pensé cuando a las 8:15 abrí los ojos sobresaltada.
Me tumbé en la cama y respiré consciente como cada noche. Noté cómo se sentaba, el colchón se hundía, como si su cuerpo se fuese tumbando lentamente a mi lado y se colocase en forma fetal como de costumbre.
Yo quería moverme para acercarme a su cuerpo y sentir su calor, pero ningún músculo respondía, el brazo, la mano… Pero era inútil, no había respuesta, nada se movía.
Después de varios intentos, mientras notaba su cuerpo levantarse ó quizás cambiando de posición, comencé a tener miedo. En este momento no sabía si estaba dormida o por el contrario estaba despierta, pero lo sentía. Sentí cómo se levantaba y caminaba alrededor hasta que se colocó a los pies de la cama, y entonces lo VI, vi la presencia, vi la presencia no sé si con los ojos de ver o con los ojos del subconsciente, pero allí estaba mirándome, observando cómo dormía, o al menos eso parecía.
Y recordé aquello que leí en un libro que decía:
No le tengas miedo y pregúntale: ¿quién eres?”
Y así hice pregunté: ¿quién eres? Y llegó la respuesta inesperada : “SOY TÚ”
De golpe sentí que entraba en mí y abrí los ojos sobresaltada, con una fuerte taquicardia y, cómo no, con la sensación de que ANOCHE NO DORMÍ.

ANOCHE NO DORMÍ, por Olga Gallego

El reloj de la plaza está dando la hora, las nueve quizás, no he prestado atención ni las he ido contando, pero empieza a notarse algo de frío y la luz del día se está disipando. Parece que comienza a anochecer. He pasado la tarde tumbada a la sombra de un árbol en el parque, con este calor es imposible hacer nada en las horas centrales del día. La ciudad duerme de día y vive de noche. El cambio climático es más real y está más presente que nunca. Días calurosos, noches frías y poca agua. La lluvia es un bien escaso, sobre todo desde el gran incendio.

El fuego empezó en la zona oeste de Picos de Europa. No está claro todavía si fue intencionado o no, pero ya da igual. Empezó como digo en Asturias, cerca del Pico Urriellu. Los años de sequía habían dañado seriamente los bosques, los árboles se secaban e incluso  morían por falta de agua. Los humanos ya no vivían del bosque, como antaño, nadie recogía leña ni se preocupaba de limpiar los senderos y caminos. ¡Hay carreteras! ¿Qué sentido tenía?

Si a esto le unes la mala gestión del gobierno, en cuanto a la previsión de incendios forestales, y el cambio climático, consecuencia directa de nuestros actos, obtienes el alimento ideal para un incendio de sexta generación. ¡Fue devastador!

Por aquellos días, el viento soplaba muy fuerte en la zona norte, con rachas de hasta 100km/h, lo que favoreció su comienzo y expansión. En pocas horas se hizo muy virulento, se movía muy deprisa e impedía el trabajo de los equipos de extinción. En estos incendios la masa de combustión es tan grande que el fuego crea sus propios remolinos y tormentas, cambia de rumbo y acelera haciendo que sea impredecible, las llamas superan con creces la altura máxima para poder ser sofocado por los bomberos, ¡nada menos que tres metros!

Ese día, las llamas subieron hasta los 50 metros; formaron tornados de fuego que arrasaron todo a su paso. Ese día comenzó el fin del mundo. Estuvo activo durante dos meses. Arrasó todo el norte del país, Asturias, Cantabria, Navarra y Huesca llegando casi al extremo más oriental de los Pirineos Catalanes. El país cambió, la gente cambió, el mundo cambió....

Creo que es hora de ir a buscar algo de cena. No sé que me apetece cenar hoy, a ver qué piense... ¡italiano! Me acercaré a la Pizzería de Luiggi, son las mejores de la zona. Mientras camino despacio veo cómo la ciudad va despertando, saludo aquí y allá a unos y a otros.

Morgan me ve a lo lejos y se acerca corriendo a saludarme con su cara de bobo. Para esquivarlo me meto en el callejón del centro comercial y tengo la mala fortuna de toparme de frente con el Cuchillo y su esbirro.

Todo el barrio les teme desde ese día ¡cómo pudieron hacerlo! ¡Hay que estar muy desesperado para comerse a un ser humano! El hambre no es una excusa ni tampoco era su caso, ya que el día anterior se colaron en la antigua carnicería y arrasaron con lo poco que quedaba. Ningún festín, no vayáis a creer, cuatro huesos y alguna ternilla reseca, pero suficiente para aguantar un día más.

Consigo escabullirme, ir de negro ayuda bastante, pero cuando estoy a dos calles de la pizería empieza a llover. Busco refugio rápidamente, desde el gran incendio llueve pocos días, pero con tal intensidad que la tierra, yerma y estéril, no consigue absorber el agua y las calles se convierten en ríos sin control que se llevan por delante todo lo que encuentran.

Tengo a mi lado a Elisa, que me mira sonriendo como siempre. Me dice que ha perdido algo o a alguien, no la entiendo muy bien con el ruido de la lluvia, y en cuanto baja la intensidad de la lluvia sale corriendo a buscarlo. Espero un poco más antes de salir, prefiero asegurarme de que ha parado. Todavía recuerdo aquel día que Loreto salió antes y una riada se la llevó para siempre. No volví a verla.

Vuelvo a la calle, todavía caen algunas gotas pero es evidente que la tormenta se está disipando. Me gusta el olor que queda después de llover, me recuerda a los días antes del fuego cuando las tormentas de verano eran un respiro ante el sofocante calor, o a esos días de otoño en los que llovía durante varias horas y nos sentábamos en el salón a ver la televisión.

Camino distraída recordando y añorando tiempos mejores, llego a la pizería y me hago un hueco entre los que se agolpan en la entrada. Por lo visto el horno se ha apagado y ya no salen más pizzas. Tendré que conformarme con los ingredientes, Blas se acerca y me trae un trozo de carne que devoro con hambre. Con un guiño le agradezco el gesto, se aleja cojeando. ¡Quiero a ese gato!

Parece que está amaneciendo, “bueno, Sombra”, me digo, otra noche más sin dormir, otra noche más que has conseguido sobrevivir en esta ciudad fantasma.

¡Qué mal lo hicieron los humanos!  Más preocupados por su propio beneficio que por preservar su planeta. Cuando intentaron ponerle remedio ya era demasiado tarde. Hace ya tiempo que no vemos a ninguno... ¿Habrá alguno con vida? Los recordaremos por ser la especie que terminó con su propia especie.





ANOCHE NO DORMÍ, Emilia Ruiz
Ya le he dicho que el incidente no ha sido producto de una fortuita enajenación transitoria, señor. Solo es que anoche no dormí. Sí, ya sé que las consecuencias de mi desvelo han sido fatales, una desgracia, no me diga más, pero es que yo anoche no pude dormir. Tendría que haberme avisado, señor, cuando me comisionó como oficial de enlace en aquel acuartelamiento tan particular. Nosotros velamos por la seguridad nacional, claro, pero no pertenecemos a la división aérea que vigila el cielo, ni tampoco libramos nuestra guerra con tanques ni con barcos. No, señor, yo me formé como combatiente de la ciberdefensa. En esta red que nuestros enemigos acechan para intentar entrar en esta nuestra casa por la puerta de atrás no hay uniforme que valga. Frente a la pantalla de mi ordenador, usted sabía que yo no tenía competidor, ni para cifrar los espacios por los que su Ministerio vela, ni para decodificar todo jeroglífico alfanumérico que la virtualidad informática me traiga. Por todo eso, era yo la encargada de esta misión. Aunque me sentí muy honrada por el nombramiento, recelé desde el primer momento de la idea de transladarme a ningún cuartel ni oficina, porque no necesito sus medidas de seguridad, ni el arma cargada y ceñida al cinto; en mi apartamento, con fibra óptica de LSG y conexión 6P en mis dispositivos me habría bastado.

Ustedes se empeñaron en meterme en aquel agujero, localizado, en teoría con el fin de camuflarlo y evitar las interferencias enemigas, en una geolocalización aislada. No me gustó nada comprobar que el logo de aquel recinto era el dibujo de un asqueroso mosquito. Menos aún me agradó comprobar que aquel lugar estaba prácticamente dentro de la pista de despegue del aeropuerto de Linux. Sólo en la hora que tardé en llegar desde que salí del pueblo más cercano hasta rebasar la barrera de seguridad e identificarme ante el personal del puesto, pude ver al menos siete aviones que sobrevolaron mi coche, cuatro de ellos al aterrizar y otros tres después de la maniobra de despegue, ya cuando iba acercándome a la reja divisoria entre ambos recintos y mis oídos pudieron experimentar el vacío previo a la sordera provocada por violencia acústica.

Me habían asignado una casita de ladrillo rojo de aquellas que conforma el núcleo de residencias de descanso vacacional de los oficiales del mando mayor, todo un lujo, pensó mi madre al decírselo. Al entrar por aquella puerta, inmediatamente comprobé que la vivienda parecía más bien una cámara de seguridad, a la vista de los tres cierres de reconocimiento holográfico y dactilografía térmica. A pesar de ser agosto, parecía que allí no iba a entrar ni una brizna de calor; ya se encargarían aquellos dos grandes aparatos de aire acondicionado encargados de refrescar el ambiente. Al abrir el frigorífico, no pude evitar una leve sonrisa al ver que lo habían llenado de toda suerte de frutas y productos ecológicos, amén de una retahíla de cervezas fresquitas, como las que ustedes saben que me gusta tomar cuando estoy fuera de servicio… De repente, me sentí reconfortada, pues además de los refrigerios térmicos y alimenticios, vi en el rincón del escritorio, junto a la pantalla de aquella smart Tv , todo el dispositivo tecnológico necesario para la misión en ciernes.

Empezaba a sentir cierto buen humor dominante bajo la ropa, de la que ya había desaparecido el pringoso sudor del verano, cuando me dispuse a encender la pantalla principal del ordenador nodriza. El ruido de los aviones del aeropuerto limítrofe resultaba apenas un rumor gracias al doble blindaje de ventanas. Aislada del trueno de aquellos motores, del calor y de la gente, podría trabajar y beber cerveza a gusto, sin intrusos ni interrupciones.

Pero uno se me coló. Creí haberlo cerrado todo bien. Confié en sus extraordinarias medidas de seguridad, pero, no, allí estaba. Debió entrar justo cuando yo lo hice, pegadito a mi sombra, cuando abrí la puerta de la casa y me deslicé con la maleta casi sin llegar a abrir del todo para que los vecinos de al lado no se percataran. Debió de ser en ese momento, sin que yo me diera cuenta.

Fue en la pierna, efectivamente, en el gemelo, sí, allí empezó todo. ¿Si me había ocurrido antes? pues sí, la verdad, pero de una manera mucho menos lesiva, claro. Lo sentí incluso antes de que se me acercara. Llegado el momento del ataque definitivo, ya fui consciente de las dimensiones que iba a cobrar aquel picotazo. No se le vio ni oyó, nada podría haber hecho para prevenir el suceso, más que tomar las precauciones oportunas teniendo en cuenta que era verano, que la zona del perímetro militar se hallaba próxima al parque natural de las lagunas y que el puto logo del acuartelamiento era un mosquito ataviado con gafas de piloto.

Yo entré en aquel lugar con una pulsera repelente como la que se llevan los expedicionarios a África con el fin de cantar el vade retro al mosquito de la malaria; además, impregné mis ropas con el pulverizador con que se protege el quinto escuadrón de tierra destinado en el medio oriente. Tomé mi pastilla antihistamínica y me cercioré de que las mosquiteras y las dobles ventanas estuvieran herméticamente cerradas. Ustedes tendrían que haberles aniquilado antes de mi llegada, con bombas o gaseándolos a todos…

¿Que nadie se muere por la picadura de un mosquito, dice? Perdone que le dé la réplica, señor, no fue una picadura, fueron siete, no sé si procuradas por el mismo infame insecto o por él y varios hijos de puta de su satánica familia. ¡No me diga que me calme! que estoy muy serena, eihnn??

Las siete picaduras, que en su fase inicial no parecían más que siete insignificantes puntos rojos, fueron convirtiéndose a lo largo de la noche en los siete picos de una cordillera inflamada, cumbres altas pero sin nieve ni nada refrescante que aliviara sus laderas, porque de allí sólo podía salir lava y fuego. De nada sirvió mi intento de calmar la inflamación con cremas, geles ni emplastos de todas las hierbas aromáticas que encontré en la cocina. Ni el orégano ni el ajo restregado, ni el amoniaco diluido ni el alcohol ni la colonia barata de mi padre habría podido con aquello. Me di una ducha fría, no sé si con agua o  con el ejército de cervezas que ustedes dejaron en mi frigorífico cuartelario. Mientras el frescor entraba por mi boca y se iba instalando en mi cerebro, desde los dedos de los pies parecía que me iba subiendo a oleadas furiosas el tórrido infierno que se montó en mis piernas tras aquellas picaduras, que ya no eran puntitos, sino dunas inflamadas encargadas de llevar por su subsuelo el dolor y la locura hasta mi cerebelo. Allí se darían la mano el cielo y el averno, con un cortocircuito que ni la oficial más válida del programa de ciberdefensa podría neutralizar.

Procuré mantener la mente calmada. No podía permitir bajo níngún concepto que un insignificante ser malograra mi reputación como informática de sistemas ni mi carrera en el Ejército, pues no había resultado nada, pero que nada fácil, muy señor mío, abrirse camino en un mundo de hombres. Oh, ponzoña alada, no ibas a ser tú quien llegase a hacer saltar todo por los aires, como si fuésemos aviones o mosquitos, fíjese qué ironía…

“Pulverizaré mi cama con el repelente” (la opción de aplicarla sobre la piel ya estaba descartada porque, con las anteriores ocasiones no había conseguido más que levantarme la epidermis por efecto de los componentes abrasivos de la loción, en primer lugar, y como consecuencia del frenético rascado al que sometí a mis piernas, otrora lisas y sedosas, no como ahora, que más parecían al tacto el lomo de un paquidermo deforme)...

Gasté todo el bote del veneno en frus frus sin darme cuenta de que quien iba a morir por inhalación de gases nocivos iba a ser yo y no aquel mosquito, enviado invisible de algún haker desalmado que sabía de mi supuesta estancia de incógnita en este cuartel. Fue entonces, señor, cuando empecé a marerame. Ya no atino a saber si la sensación de embriaguez procedía de mi ingesta de cervezas para contrarrestar la tensión nerviosa, el intenso y espantoso perfume del repelente o si bien se debía al calor insoportable que comenzó hacer tan pronto desconecté los aires acondicionados. Con el ruido de quellas máquinas no conseguía distinguir en la oscuridad de dónde venía su zumbido, dónde se escondía el condenado insecto.

Con los goterones cayéndome por la frente y surcándome la espalda desde el cuello hasta la cinturilla de mi pantalón, emprendí la búsqueda con el bote de insecticida en la mano. Me moví de puntillas, sigilosamente, guiada en la penumbra por las tenues luces del alumbrado nocturno del exterior de mi alojamiento, que entraba mínimamente por las rendijas de las persianas, después de atravesar el doble acristalado y la mosquitera de las ventanas. A lo mejor no había solo uno; era posible que mis oídos hubieran terminado por confundir las señales. Tenía que acabar con él, o con ellos, antes del primer avión del amanecer, si no terminaban consiguiendo que sucumbiera yo a su pérfido plan.

El ardor que desde hacía ya dos horas me hacía borbotear la sangre subcutánea decidió transformarse en punzada cruel ahí mismo, en el cráter que yo misma había terminado de formar en torno a la picadura, a fuerza de hincar mis uñas y volcar toda mi furia y desesperación sobre las inflamadas y abultadas piernas. La reacción alérgica me había deformado las extremidades inferiores, señor; aquello había superado el escenario de emergencia local. El código alfa quedó activado en mi cerebro. Abandoné momentáneamente la búsqueda. Saqué del congelador unos bloques de hielo, pensados para enfriar refrescos o algún que otro cóctel veraniego. Apunto estuve de ponerme un gin tonic para emborracharme y olvidarme ya hasta de vivir. La ocurrencia se desvaneció enseguida, pues de manera instintiva solo atiné a ponerme los hielos sobre la piel enardecida, incauta soldado de pacotilla, ¿no ves que el hielo resulta abrasador si no pones algún tejido protector entre su superficie y la de tu pierna? Grité de dolor al despegarme los hielos, primero de las pantorrillas, después de los dedos de las manos hasta conseguir soltarlos con la velocidad rotunda de una maniobra marcial dentro del fregador de la cocina americana.

La fuerza con la que me arranqué los hielos hizo que de los puntos donde antes hubo picaduras ahora brotase sangre, lentamente, sin clemencia, así que de la cocina me fui al baño para trocear varios pliegues de papel higiénico e ir pegándolo por las distintas heridas de las piernas, como banderillas de la calle mayor en fiestas. Sí, debió ser en ese momento cuando los vecinos escucharon la voz de una mujer enloquecida increpando a los hados, a los altos mandos y a los mosquitos desalmados que la habían mandado hasta allí.


Hacía mucho, muchísimo calor, pero si encendía la refrigeración de la casa no podría escuchar la malvada risotada de mi enemigo. Todo se hizo silencio a las 5 de la mañana. Me sentí derrotada. Si hubiera podido mirarme en un espejo, habría visto a una combatiente al borde del abismo y la muerte. Movida como un zombie por el aturdimiento, me abalancé sobre las ventanas, las abrí a la desesperada, necesitaba aire, aunque fuera húmedo y me trajera más calor y ruido. Me dejé caer sobre el sofá, extenuada, con los ojos y las piernas inyectados de sangre y locura. Allí, apenas camuflada en la trinchera con las bragas y el sujetador, terminé por mimetizarme con el estampado de aquella funda infecta, soldado caído en la línea de fuego.

Entraron todos, imagino que en pequeñas hordas, a la llamada de la señal. Algunos murieron al rasgarse sus cuerpos a su paso por el endiablado entramado metálico de la mosquitera. No, señor, no los vi, los imaginé; tuvo que ser así, pues poco tardaron en rodearme y acribillarme sin clemencia. Las siete ridículas protuberancias de mis piernas se hicieron múltiplo de infinito en cuestión de un nanosegundo. Chillé enloquecida, vi que se encendían progresivamente las luces de todas las casas de alrededor; sí, ya sé que esta misión debía ser secreta y que nadie podía saber qué se iba a hacer en el interior de aquella casa. Nadie entró, sólo pude verlos a través de la ventana, rodeando la casa, aturdidos por el sueño, vestidos aún con sus pijamas y chancletas de dedo. Ellos podían verme a mí también porque había dejado mi refugio de par en par, sin protección holográfica ni dactilografía alfanúmerica. Allí me encontraba, medio desnuda, envuelta en tremendas heridas sangrantes y con el bote de insecticida en la mano.

Ocurrió entonces. No sé cómo, pero se encendió la pantalla del equipo informático. ¿Quién demonios había pulsado la tecla de encendido? Mosquito cabrón!!! la sala se iluminó en blanco primero, sucesión de series cifradas, verde sobre negro, a velocidad del rayo… En menos de un minuto quedaron activadas todas las aplicaciones programadas para las 6,30 a.m. del día D, la hora convenida para el briefing del día con usted, mi general, con el Jefe del Estado mayor de la Defensa y los Ciberconsejeros del Gobierno de la nación. El meeting point iba a ser el espacio reservado de mi puesto informático. El resto de la historia ya la conoce en primera persona. Cuando tomé conciencia de que la web cam de mi ordenador estaba encendida, ya no me tuve tiempo para ponerme al menos mi camiseta de Heineken. Lamento enormemente que sus insignes colaboradores tuvieran que verme de esa guisa, con el pelo enmarañado y sin el rimel. Podría al menos haber lucido un delicado conjunto de encaje y no aquel de algodón desgastado. No comprendo, señor, ¿por qué me mira usted así? ¿Acaso fue el insecticida barato lo que más le extrañó? Venga, hombre, no frunza el ceño, que le prometo que esta oficial de enlace que tiene delante no se doblegará ante nadie que ose a querer violentar nuestra seguridad. De mosquitos ya no hablamos, señor.
Destituida como máximo responsable de la cibedefensa nacional la comandante Sara Salas, acusada por el alto mando del Ejército de escándalo público

Los hechos tuvieron lugar en la madrugada del pasado 22 de agosto en el interior de la vivienda en la que la oficial tenía previsto desarrollar su trabajo de investigación y defensa del espacio virtual nacional. Por causas que aún están siendo investigadas por la justicia militar, la comandante pudo ser fotografiada por sus vecinos, que haciendo uso de sus teléfonos móviles no dudaron en inmortalizar el momento en que la señorita Salas posaba en el salón de su vivienda vacacional en paños menores y una actitud de corte agresivo, según atestiguan quienes la vieron. “No, nadie entró en su casa, fue esa señora quien se encargó de abrir todas las ventanas y puertas del chalet al tiempo que corría de un lado a otro, chillando algo de un mosquito invasor y profiriendo todo tipo de frases en plan satánico”, declara severamente Julito Pérez, el chaval que ha conseguido que la foto en bragas de la comandante Salas se hiciera viral en Instagram en apenas unas horas.

A la espera de la resolución de su expediente, la acusada ha sido apartada de todas sus funciones como ingeniero informático de la división encargada de la ciberdefensa de nuestro país. Según fuentes oficiales consultadas por este periódico, muy probablemente la comandante Salas sea ingresada en una unidad de tratamiento psiquiátrico por trastornos del comportamiento nocturno.


EL SILENCIO

EL SILENCIO, Encarna Bas Empezaba a hacer fresquete, cambiábamos de estación y parecía ayer que sacábamos la ropa de verano. Vacié...