“Anoche no dormí”, Marisa Bono
Desde que regresé de las vacaciones, hace ya muchos
días, una pesadilla recurrente me surge en el inicio del sueño. No tengo miedo,
y sin embargo, después de despertarme sobresaltada por ella, me resulta
imposible volver a conciliar el sueño y no puedo dejar de pensar en ella durante
el resto de la noche.
Una extraña figura sin forma definida, aunque yo en el
sueño sé a ciencia cierta que es humana, viene envuelta en telas de muestrario
de colores apagados e infinidad de hilos multicolores están pegados por toda
la figura a modo de flecos largos. Viene acercándose a mí parsimoniosamente,
con una sonrisa deforme, preguntándome sin palabras, tan solo con un movimiento
de lo que parece ser su boca, algo que no entiendo, pues de su cavidad bucal no
sale ningún sonido, aunque la mueve despacio, como si tuviera que leerle los
labios.
En uno de sus apéndices, que también estoy segura de
que es un brazo, lleva un extraño utensilio, que identifico como una grapadora; su extraña mano en garra no para de presionarla constantemente, y por eso salen
volando pequeñas esquirlas de metal; su brazo se mueve constantemente,
pausadamente, de forma que asemeja una especie de pétalos de flor que caen al
suelo como una fina lluvia lenta de diminutas gotas plateadas. El otro brazo
acaba en unas tijeras inmensas, que van dando tijeretazos al viento sin ton ni
son.
Conforme se me va acercando, noto que a cada momento,
la extraña figura parece más desasosegada, y en ese instante sé que su
nerviosismo se debe a que tengo algo que hacer, que me está diciendo sin palabras
que haga algo, pero no sé qué es, y, ante mi incapacidad para entenderlo, yo
empiezo a participar de su misma intranquilidad. Le grito cada vez más fuerte,
instándole a que me hable, hasta que por fin me despierto enredada en las
propias sábanas, angustiada por no poder desembarazarme de ellas.
“Anoche no dormí”. Me fui a la cama tarde para
acumular cansancio. Me tomé un vasito de leche caliente y una pastilla para
dormir, con la esperanza de que alguna de estas medidas, o todas juntas, surtieran
algún efecto, y me permitieran dormir durante toda la noche, sin sobresaltos ni
angustias.
Pero nada, la pesadilla volvió. Y tal vez debido al cóctel
formado por la leche, la pastilla y el cansancio acumulado durante tantas
noches en vela, mi actitud ante la
aparición fue mucho más tranquila y a la vez más resolutiva, y no sé de dónde
me vino la intuición, pero en el momento en el que empezaba a desasosegarme por
la falta de entendimiento le dije: “Vete en paz, Jesús; vete en paz, que no
estoy enfadada, Jesús Muñoz. Descansa en paz, que me gustan mucho mis sillones,
Jesús Muñoz Muñoz”, el tapicero.
ANOCHE NO DORMÍ, Esther Garzas
Recuerdo mis años universitarios. Teníamos nuestra
rutina establecida. Los días de la semana en los que teníamos que ir a clase
estábamos centrados en nuestras tareas, en nuestros quehaceres, clases, libros,
trabajos exámenes. Pasábamos noches sin dormir en condiciones, entretenidos en
un proyecto o en repasar y preparar un duro examen.
Cuando llegaba el fin de semana sentíamos nuestra
liberación. Como pequeños animales salvajes que han estado enjaulados
buscábamos en el fin de semana resarcirnos del tiempo robado.
Noches sin parar de bailar y descubrir lugares
recónditos e inesperados. Cuatro
alocados amigos, sin sentido o a veces con él. Tumbados en la hierba oliendo la
noche y soñando con un futuro que desconocíamos.
Noches perdidas en ciudades nuevas. Noches donde no
teníamos objetivo o quizá sí, pero no iba más allá de soñar con lo
inalcanzable, de sentir y vivir como si mañana no existiera. Algún lunes
renunciamos a la primera hora de clase por estar tumbadas recuperándonos,
preparándonos con café caliente la semana y sus responsabilidades.
Éramos muy iguales las cuatro. Gustos similares, lecturas, películas. Las
cuatro estudiábamos Psicología; quizá eso ayudase a entendernos mejor, quién
sabe. Compartíamos nuestras experiencias. Las prácticas eran una locura, pero
nos reíamos de cada situación como si la hubiéramos vivido juntas.
Sentíamos casi de la misma manera la alegría y la
tristeza. Quizá tantas horas juntas en la misma residencia facilitó así fuera. Nuestra
vida fue nuestra en la universidad. Nos sentíamos dueñas de cada decisión, de
cada emoción. Nunca llorábamos solas, ni reíamos solas siempre buscamos la
manera de estar la cuatro juntas. No sabíamos el motivo; es como si un hilo nos
uniera y nos dejásemos llevar.
Nunca pensamos que la universidad se terminaría,
supongo que pensamos que la vida sería así siempre. Nuestros miedos se reflejaban
en el fin de dicho ciclo; fue real el día de la despedida. No lloramos porque
sabíamos que nuestro hilo no se había roto.
Sin embargo, cada una de nosotras empezó a recorrer su
camino y volvió a tratar de encontrarse
consigo misma, sin ser un tándem siendo única… Toda la belleza que sentí
habíamos creado se fue diluyendo. Al principio de manera discreta, sin sentirlo,
pero en poco tiempo nuestras vidas eran otras diferentes.
A veces recuerdo con nostalgia, añoranza, aquella
sensación de libertad, aquel orden desorganizado. Ahora cada una de nosotras ha
buscado un lugar en el mapa y ha decidido crear su nuevo universo. Quizá
mantengamos esa conexión e igual volvamos a encontrarnos en un momento y seamos
el mismo huracán de éxtasis o, quizá, no nos reconozcamos porque solo fuimos
una esos años de universidad.
Mi café de la mañana, el olor del amanecer, ya no
saben igual. “Anoche no dormí”, nada mi pequeña Carmela
me llamaba como si quisiera recordarme que ella era mi nuevo pequeño caos, mi
nueva y diferente felicidad.
ANOCHE NO DORMÍ, Ana Donate
Ya es tarde, muy tarde y mañana madrugo. Tengo un día
largo y duro por delante. Me voy a dormir.
Me acuesto; ya tengo puesta la alarma para
despertarme. Tengo la botella de agua en la mesilla y el caramelo de menta por
si tengo tos.
Mentalmente, mi cabeza repasa todo para poder dormir
tranquila. La ropa de mañana quedó preparada; el bolso y los zapatos, también.
Sigo pensando... He elegido bien la parte de arriba para que sea fácil poder
levantar la manga y dejar el brazo libre de ropa, sí elegí bien.
Apago la luz, cierro los ojos, y a dormir que mañana
será otro día.
Me estoy quedando dormida y me despierto sobresaltada. No puedo dormir, ya me veo en el centro de salud, en la habitación de la
consulta de los análisis de sangre y no puedo dormir. Otra vez como cada vez
que tengo extracción de sangre, anoche no dormí.
ANOCHE NO DORMÍ, Gloria Gallego
-No
me lo creo Lucia, espera me abro una cerveza y me cuentas con calma,
este teléfono no funciona bien, voy al salón para oírte mejor, no
me cuelgues es un momento.
-Siempre
igual. Te lo digo, Nacho, es un gran descubrimiento, pero a partir de
ahora no podrás dormir, lo tendrás en la mente. Aquí, en Yakutch,
el centro de investigación está acondicionado y dormimos a menos 0
grados, esperamos que esto funcione, y, si no, pues será como
siempre ha sido…, pero ahora lo sabemos.
-¿Desde
dónde me llamas? No sabía que estabas en Siberia. La la última vez
que hablamos estabas en Kenia.
-
Sí, hemos tenido que trasladarnos con todo el material.
-Lucia,
ya sabes lo poco que me interesan tus investigaciones y la ciencia.
No te entiendo, intenta explicármelo como cuando eramos pequeños.
-Sí,
son como unos gusanos de tres centímetros, la lengua succiona todo
el agua de nuestro cuerpo y vísceras como si fuera una esponja y
para irse abriendo camino tienen unos dientes como agujas, esto nos
produce lo que llamamos vulgarmente el envejecimiento, me sigues?
-
Sí, continua, no se qué decirte.
-Por
dentro estamos llenos, se reproducen a lo largo de toda nuestra vida
adulta. Cuando ya no tienen nada que succionar cambian de cuerpo.
Siempre de noche, mientras dormimos, se concentran en el cerebro, los
intestinos y las vísceras. Con el frio se vuelven vagos y trabajan
lento, en los países de más calor están muy extendidos. La
temperatura y la falta de agua en el entorno los alimenta y los hace
más activos, no puedo decirte mucho más, por ahora los resultados
son secretos, pero quería qué lo supieras.
-
Lucia, ¿cuándo va a darse a conocer esto? Las cosas pueden ponerse
muy mal, puede haber un movimiento grande de población, habrá qué
prever todo antes de soltarlo así…
-
Cálmate, te voy a decir que estamos desarrollando unas cápsulas
para dormir a 0 grados o mejor hibernar, pero esto es caro.
-No
podéis decir nada. Los países pobres donde más calor hace, se
morirán todos., y…
-Escúchame,
Nacho, nosotros no estamos cambiando nada, esto no es una enfermedad,
ni una epidemia, solamente conocimiento.
-¡Pues
vaya mierda de investigación qué estáis haciendo! No aporta nada
al mundo, solamente unos cuantos van a poder pagarse sus cápsulas y
sus viajes de hibernación. Los demás nos dormiremos y nos iremos
muriendo.
-Nacho,
como hasta ahora, no cambia nada, cuídate y procura dormir poco,
Espero verte el año próximo en Navidad como siempre en casa de
papá.
ANOCHE NO
DORMÍ, Encarna Bas
¡¡¡Pero
bueno!!! Las 2.30 y no he pegado ojo desde las 11 que me metí en la cama. La
cinta de boleros de Top Radio vuelve a empezar, amores y desamores entre las
notas.
Alguien
se levanta y anda con cuidadito, cosa que se agradece. El patio se ilumina con
la luz de la escalera y el ascensor se pone en marcha. Hay que llamar al
administrador, porque la puerta del portal no cierra bien.
Mañana
tengo que hacer compra, que no se me olvide la mantequilla, ni los frutos secos. Otra vez el ascensor, esta vez para en el 3º, ¡¡la que se va a armar entre madre
e hijo por llegar tarde!! Por cierto, qué disgustada está Pilar con la niña y
no es para menos porque la niña está rebelde, cosas de la edad. Eso me recuerda
a los gritos y amenazas de mi madre con acabar el veraneo al día siguiente, total por llegar un poco tarde y sin avisar…
La
perra rebulle en su cesto, no me extraña, me debe encontrar inquieta.
Hace
mucho que no vamos al cine. Llamaré a las chicas, que escoja Bego que es la más complicada y luego tomamos
algo antes de venir a casa .
Pobre
Enrique, cómo se ha muerto. Le vamos a echar de menos... Era muy ameno y buena
persona. No quiero ponerme triste.
No
sé porque no me duermo.Tengo mi vida a en orden, estoy sana, con achaques
propios de la edad, no debo dinero ni favores que me esclavicen, tengo amigos,
me gusta lo que hago… ¿Por qué estoy como un búho?
Tengo
la cabeza como un bombo de loterías en el que los pensamientos van y vienen.Y por
fin encuentro el motivo. Estoy nerviosa porque mañana ceno con mis amigas "empiñadas" y, como a los niños, la ilusión me quita el sueño.
ANOCHE
NO DORMÍ, Rosa Martínez
Anoche
no dormí, o eso pensé cuando a las 8:15 abrí los ojos
sobresaltada.
Me
tumbé en la cama y respiré consciente como cada noche. Noté cómo
se sentaba, el colchón se hundía, como si su cuerpo se fuese
tumbando lentamente a mi lado y se colocase en forma fetal como de
costumbre.
Yo
quería moverme para acercarme a su cuerpo y sentir su calor, pero
ningún músculo respondía, el brazo, la mano… Pero era inútil,
no había respuesta, nada se movía.
Después
de varios intentos, mientras notaba su cuerpo levantarse ó quizás
cambiando de posición, comencé a tener miedo. En este momento no
sabía si estaba dormida o por el contrario estaba despierta, pero lo
sentía. Sentí cómo se levantaba y caminaba alrededor hasta que se
colocó a los pies de la cama, y entonces lo VI, vi la presencia, vi
la presencia no sé si con los ojos de ver o con los ojos del
subconsciente, pero allí estaba mirándome, observando cómo dormía,
o al menos eso parecía.
Y
recordé aquello que leí en un libro que decía:
“No
le tengas miedo y pregúntale: ¿quién eres?”
Y
así hice pregunté: ¿quién eres? Y llegó la respuesta inesperada
: “SOY TÚ”
De
golpe sentí que entraba en mí y abrí los ojos sobresaltada, con
una fuerte taquicardia y, cómo no, con la sensación de que ANOCHE
NO DORMÍ.
ANOCHE NO DORMÍ, por Olga Gallego
El reloj de
la plaza está dando la hora, las nueve quizás, no he prestado atención ni las
he ido contando, pero empieza a notarse algo de frío y la luz del día se está disipando.
Parece que comienza a anochecer. He pasado la tarde tumbada a la sombra de un
árbol en el parque, con este calor es imposible hacer nada en las horas
centrales del día. La ciudad duerme de día y vive de noche. El cambio climático
es más real y está más presente que nunca. Días calurosos, noches frías y poca
agua. La lluvia es un bien escaso, sobre todo desde el gran incendio.
El fuego
empezó en la zona oeste de Picos de Europa. No está claro todavía si fue
intencionado o no, pero ya da igual. Empezó como digo en Asturias, cerca del
Pico Urriellu. Los años de sequía habían dañado seriamente los bosques, los
árboles se secaban e incluso morían por falta de agua. Los humanos ya no
vivían del bosque, como antaño, nadie recogía leña ni se preocupaba de limpiar
los senderos y caminos. ¡Hay carreteras! ¿Qué sentido tenía?
Si a esto le
unes la mala gestión del gobierno, en cuanto a la previsión de incendios
forestales, y el cambio climático, consecuencia directa de nuestros actos,
obtienes el alimento ideal para un incendio de sexta generación. ¡Fue
devastador!
Por aquellos
días, el viento soplaba muy fuerte en la zona norte, con rachas de hasta
100km/h, lo que favoreció su comienzo y expansión. En pocas horas se hizo muy
virulento, se movía muy deprisa e impedía el trabajo de los equipos de
extinción. En estos incendios la masa de combustión es tan grande que el fuego
crea sus propios remolinos y tormentas, cambia de rumbo y acelera haciendo que
sea impredecible, las llamas superan con creces la altura máxima para poder ser
sofocado por los bomberos, ¡nada menos que tres metros!
Ese día, las
llamas subieron hasta los 50 metros; formaron tornados de fuego que arrasaron
todo a su paso. Ese día comenzó el fin del mundo. Estuvo activo durante dos
meses. Arrasó todo el norte del país, Asturias, Cantabria, Navarra y Huesca
llegando casi al extremo más oriental de los Pirineos Catalanes. El país
cambió, la gente cambió, el mundo cambió....
Creo que es
hora de ir a buscar algo de cena. No sé que me apetece cenar hoy, a ver qué
piense... ¡italiano! Me acercaré a la Pizzería de Luiggi, son las mejores de la
zona. Mientras camino despacio veo cómo la ciudad va despertando, saludo aquí y
allá a unos y a otros.
Morgan me ve
a lo lejos y se acerca corriendo a saludarme con su cara de bobo. Para
esquivarlo me meto en el callejón del centro comercial y tengo la mala fortuna
de toparme de frente con el Cuchillo y su esbirro.
Todo el
barrio les teme desde ese día ¡cómo pudieron hacerlo! ¡Hay que estar muy
desesperado para comerse a un ser humano! El hambre no es una excusa ni tampoco
era su caso, ya que el día anterior se colaron en la antigua carnicería y
arrasaron con lo poco que quedaba. Ningún festín, no vayáis a creer, cuatro
huesos y alguna ternilla reseca, pero suficiente para aguantar un día más.
Consigo
escabullirme, ir de negro ayuda bastante, pero cuando estoy a dos calles de la
pizería empieza a llover. Busco refugio rápidamente, desde el gran incendio
llueve pocos días, pero con tal intensidad que la tierra, yerma y estéril, no
consigue absorber el agua y las calles se convierten en ríos sin control que se
llevan por delante todo lo que encuentran.
Tengo a mi
lado a Elisa, que me mira sonriendo como siempre. Me dice que ha perdido algo o
a alguien, no la entiendo muy bien con el ruido de la lluvia, y en cuanto baja
la intensidad de la lluvia sale corriendo a buscarlo. Espero un poco más antes
de salir, prefiero asegurarme de que ha parado. Todavía recuerdo aquel día que
Loreto salió antes y una riada se la llevó para siempre. No volví a verla.
Vuelvo a la
calle, todavía caen algunas gotas pero es evidente que la tormenta se está
disipando. Me gusta el olor que queda después de llover, me recuerda a los días
antes del fuego cuando las tormentas de verano eran un respiro ante el
sofocante calor, o a esos días de otoño en los que llovía durante varias horas
y nos sentábamos en el salón a ver la televisión.
Camino
distraída recordando y añorando tiempos mejores, llego a la pizería y me hago
un hueco entre los que se agolpan en la entrada. Por lo visto el horno se ha
apagado y ya no salen más pizzas. Tendré que conformarme con los ingredientes,
Blas se acerca y me trae un trozo de carne que devoro con hambre. Con un guiño
le agradezco el gesto, se aleja cojeando. ¡Quiero a ese gato!
Parece que
está amaneciendo, “bueno, Sombra”, me digo, otra noche más sin dormir, otra
noche más que has conseguido sobrevivir en esta ciudad fantasma.
¡Qué mal lo
hicieron los humanos! Más preocupados por su propio beneficio que por
preservar su planeta. Cuando intentaron ponerle remedio ya era demasiado tarde.
Hace ya tiempo que no vemos a ninguno... ¿Habrá alguno con vida? Los
recordaremos por ser la especie que terminó con su propia especie.
ANOCHE NO DORMÍ, Emilia Ruiz
Ya le he dicho que el incidente no ha
sido producto de una fortuita enajenación transitoria, señor. Solo es que
anoche no dormí. Sí, ya sé que las consecuencias de mi desvelo han sido
fatales, una desgracia, no me diga más, pero es que yo anoche no pude dormir.
Tendría que haberme avisado, señor, cuando me comisionó como oficial de enlace
en aquel acuartelamiento tan particular. Nosotros velamos por la seguridad
nacional, claro, pero no pertenecemos a la división aérea que vigila el cielo,
ni tampoco libramos nuestra guerra con tanques ni con barcos. No, señor, yo me
formé como combatiente de la ciberdefensa. En esta red que nuestros enemigos
acechan para intentar entrar en esta nuestra casa por la puerta de atrás no hay
uniforme que valga. Frente a la pantalla de mi ordenador, usted sabía que yo no
tenía competidor, ni para cifrar los espacios por los que su Ministerio vela,
ni para decodificar todo jeroglífico alfanumérico que la virtualidad
informática me traiga. Por todo eso, era yo la encargada de esta misión. Aunque
me sentí muy honrada por el nombramiento, recelé desde el primer momento de la
idea de transladarme a ningún cuartel ni oficina, porque no necesito sus
medidas de seguridad, ni el arma cargada y ceñida al cinto; en mi apartamento,
con fibra óptica de LSG y conexión 6P en mis dispositivos me habría bastado.
Ustedes se empeñaron en meterme en
aquel agujero, localizado, en teoría con el fin de camuflarlo y evitar las
interferencias enemigas, en una geolocalización aislada. No me gustó nada
comprobar que el logo de aquel recinto era el dibujo de un asqueroso mosquito.
Menos aún me agradó comprobar que aquel lugar estaba prácticamente dentro de la
pista de despegue del aeropuerto de Linux. Sólo en la hora que tardé en llegar
desde que salí del pueblo más cercano hasta rebasar la barrera de seguridad e
identificarme ante el personal del puesto, pude ver al menos siete aviones que
sobrevolaron mi coche, cuatro de ellos al aterrizar y otros tres después de la
maniobra de despegue, ya cuando iba acercándome a la reja divisoria entre ambos
recintos y mis oídos pudieron experimentar el vacío previo a la sordera
provocada por violencia acústica.
Me habían asignado una casita de
ladrillo rojo de aquellas que conforma el núcleo de residencias de descanso
vacacional de los oficiales del mando mayor, todo un lujo, pensó mi madre al
decírselo. Al entrar por aquella puerta, inmediatamente comprobé que la
vivienda parecía más bien una cámara de seguridad, a la vista de los tres
cierres de reconocimiento holográfico y dactilografía térmica. A pesar de ser
agosto, parecía que allí no iba a entrar ni una brizna de calor; ya se
encargarían aquellos dos grandes aparatos de aire acondicionado encargados de
refrescar el ambiente. Al abrir el frigorífico, no pude evitar una leve sonrisa
al ver que lo habían llenado de toda suerte de frutas y productos ecológicos,
amén de una retahíla de cervezas fresquitas, como las que ustedes saben que me
gusta tomar cuando estoy fuera de servicio… De repente, me sentí reconfortada,
pues además de los refrigerios térmicos y alimenticios, vi en el rincón del
escritorio, junto a la pantalla de aquella smart Tv , todo el dispositivo
tecnológico necesario para la misión en ciernes.
Empezaba a sentir cierto buen humor
dominante bajo la ropa, de la que ya había desaparecido el pringoso sudor del
verano, cuando me dispuse a encender la pantalla principal del ordenador
nodriza. El ruido de los aviones del aeropuerto limítrofe resultaba apenas un
rumor gracias al doble blindaje de ventanas. Aislada del trueno de aquellos
motores, del calor y de la gente, podría trabajar y beber cerveza a gusto, sin
intrusos ni interrupciones.
Pero uno se me coló. Creí haberlo
cerrado todo bien. Confié en sus extraordinarias medidas de seguridad, pero,
no, allí estaba. Debió entrar justo cuando yo lo hice, pegadito a mi sombra,
cuando abrí la puerta de la casa y me deslicé con la maleta casi sin llegar a
abrir del todo para que los vecinos de al lado no se percataran. Debió de ser
en ese momento, sin que yo me diera cuenta.
Fue en la pierna, efectivamente, en
el gemelo, sí, allí empezó todo. ¿Si me había ocurrido antes? pues sí, la
verdad, pero de una manera mucho menos lesiva, claro. Lo sentí incluso antes de
que se me acercara. Llegado el momento del ataque definitivo, ya fui consciente
de las dimensiones que iba a cobrar aquel picotazo. No se le vio ni oyó, nada
podría haber hecho para prevenir el suceso, más que tomar las precauciones
oportunas teniendo en cuenta que era verano, que la zona del perímetro militar
se hallaba próxima al parque natural de las lagunas y que el puto logo del
acuartelamiento era un mosquito ataviado con gafas de piloto.
Yo entré en aquel lugar con una
pulsera repelente como la que se llevan los expedicionarios a África con el fin
de cantar el vade retro al mosquito de la malaria; además, impregné mis ropas
con el pulverizador con que se protege el quinto escuadrón de tierra destinado
en el medio oriente. Tomé mi pastilla antihistamínica y me cercioré de que las mosquiteras
y las dobles ventanas estuvieran herméticamente cerradas. Ustedes tendrían que
haberles aniquilado antes de mi llegada, con bombas o gaseándolos a todos…
¿Que nadie se muere por la picadura
de un mosquito, dice? Perdone que le dé la réplica, señor, no fue una picadura,
fueron siete, no sé si procuradas por el mismo infame insecto o por él y varios
hijos de puta de su satánica familia. ¡No me diga que me calme! que estoy muy
serena, eihnn??
Las siete picaduras, que en su fase
inicial no parecían más que siete insignificantes puntos rojos, fueron
convirtiéndose a lo largo de la noche en los siete picos de una cordillera
inflamada, cumbres altas pero sin nieve ni nada refrescante que aliviara sus
laderas, porque de allí sólo podía salir lava y fuego. De nada sirvió mi
intento de calmar la inflamación con cremas, geles ni emplastos de todas las
hierbas aromáticas que encontré en la cocina. Ni el orégano ni el ajo
restregado, ni el amoniaco diluido ni el alcohol ni la colonia barata de mi
padre habría podido con aquello. Me di una ducha fría, no sé si con agua o con el ejército de cervezas que ustedes
dejaron en mi frigorífico cuartelario. Mientras el frescor entraba por mi boca
y se iba instalando en mi cerebro, desde los dedos de los pies parecía que me
iba subiendo a oleadas furiosas el tórrido infierno que se montó en mis piernas
tras aquellas picaduras, que ya no eran puntitos, sino dunas inflamadas
encargadas de llevar por su subsuelo el dolor y la locura hasta mi cerebelo.
Allí se darían la mano el cielo y el averno, con un cortocircuito que ni la
oficial más válida del programa de ciberdefensa podría neutralizar.
Procuré mantener la mente calmada. No
podía permitir bajo níngún concepto que un insignificante ser malograra mi
reputación como informática de sistemas ni mi carrera en el Ejército, pues no
había resultado nada, pero que nada fácil, muy señor mío, abrirse camino en un
mundo de hombres. Oh, ponzoña alada, no ibas a ser tú quien llegase a hacer
saltar todo por los aires, como si fuésemos aviones o mosquitos, fíjese qué
ironía…
“Pulverizaré mi cama con el
repelente” (la opción de aplicarla sobre la piel ya estaba descartada porque,
con las anteriores ocasiones no había conseguido más que levantarme la
epidermis por efecto de los componentes abrasivos de la loción, en primer
lugar, y como consecuencia del frenético rascado al que sometí a mis piernas,
otrora lisas y sedosas, no como ahora, que más parecían al tacto el lomo de un
paquidermo deforme)...
Gasté todo el bote del veneno en frus
frus sin darme cuenta de que quien iba a morir por inhalación de gases nocivos
iba a ser yo y no aquel mosquito, enviado invisible de algún haker desalmado
que sabía de mi supuesta estancia de incógnita en este cuartel. Fue entonces,
señor, cuando empecé a marerame. Ya no atino a saber si la sensación de
embriaguez procedía de mi ingesta de cervezas para contrarrestar la tensión
nerviosa, el intenso y espantoso perfume del repelente o si bien se debía al
calor insoportable que comenzó hacer tan pronto desconecté los aires
acondicionados. Con el ruido de quellas máquinas no conseguía distinguir en la
oscuridad de dónde venía su zumbido, dónde se escondía el condenado insecto.
Con los goterones cayéndome por la
frente y surcándome la espalda desde el cuello hasta la cinturilla de mi
pantalón, emprendí la búsqueda con el bote de insecticida en la mano. Me moví
de puntillas, sigilosamente, guiada en la penumbra por las tenues luces del
alumbrado nocturno del exterior de mi alojamiento, que entraba mínimamente por
las rendijas de las persianas, después de atravesar el doble acristalado y la
mosquitera de las ventanas. A lo mejor no había solo uno; era posible que mis
oídos hubieran terminado por confundir las señales. Tenía que acabar con él, o
con ellos, antes del primer avión del amanecer, si no terminaban consiguiendo
que sucumbiera yo a su pérfido plan.
El ardor que desde hacía ya dos horas
me hacía borbotear la sangre subcutánea decidió transformarse en punzada cruel
ahí mismo, en el cráter que yo misma había terminado de formar en torno a la
picadura, a fuerza de hincar mis uñas y volcar toda mi furia y desesperación
sobre las inflamadas y abultadas piernas. La reacción alérgica me había
deformado las extremidades inferiores, señor; aquello había superado el
escenario de emergencia local. El código alfa quedó activado en mi cerebro.
Abandoné momentáneamente la búsqueda. Saqué del congelador unos bloques de
hielo, pensados para enfriar refrescos o algún que otro cóctel veraniego.
Apunto estuve de ponerme un gin tonic para emborracharme y olvidarme ya hasta
de vivir. La ocurrencia se desvaneció enseguida, pues de manera instintiva solo
atiné a ponerme los hielos sobre la piel enardecida, incauta soldado de
pacotilla, ¿no ves que el hielo resulta abrasador si no pones algún tejido
protector entre su superficie y la de tu pierna? Grité de dolor al despegarme
los hielos, primero de las pantorrillas, después de los dedos de las manos
hasta conseguir soltarlos con la velocidad rotunda de una maniobra marcial
dentro del fregador de la cocina americana.
La fuerza con la que me arranqué los
hielos hizo que de los puntos donde antes hubo picaduras ahora brotase sangre,
lentamente, sin clemencia, así que de la cocina me fui al baño para trocear
varios pliegues de papel higiénico e ir pegándolo por las distintas heridas de
las piernas, como banderillas de la calle mayor en fiestas. Sí, debió ser en
ese momento cuando los vecinos escucharon la voz de una mujer enloquecida
increpando a los hados, a los altos mandos y a los mosquitos desalmados que la
habían mandado hasta allí.
Hacía mucho, muchísimo calor, pero si
encendía la refrigeración de la casa no podría escuchar la malvada risotada de
mi enemigo. Todo se hizo silencio a las 5 de la mañana. Me sentí derrotada. Si
hubiera podido mirarme en un espejo, habría visto a una combatiente al borde
del abismo y la muerte. Movida como un zombie por el aturdimiento, me abalancé
sobre las ventanas, las abrí a la desesperada, necesitaba aire, aunque fuera
húmedo y me trajera más calor y ruido. Me dejé caer sobre el sofá, extenuada,
con los ojos y las piernas inyectados de sangre y locura. Allí, apenas
camuflada en la trinchera con las bragas y el sujetador, terminé por
mimetizarme con el estampado de aquella funda infecta, soldado caído en la
línea de fuego.
Entraron todos, imagino que en
pequeñas hordas, a la llamada de la señal. Algunos murieron al rasgarse sus
cuerpos a su paso por el endiablado entramado metálico de la mosquitera. No,
señor, no los vi, los imaginé; tuvo que ser así, pues poco tardaron en rodearme
y acribillarme sin clemencia. Las siete ridículas protuberancias de mis piernas
se hicieron múltiplo de infinito en cuestión de un nanosegundo. Chillé
enloquecida, vi que se encendían progresivamente las luces de todas las casas
de alrededor; sí, ya sé que esta misión debía ser secreta y que nadie podía
saber qué se iba a hacer en el interior de aquella casa. Nadie entró, sólo pude
verlos a través de la ventana, rodeando la casa, aturdidos por el sueño,
vestidos aún con sus pijamas y chancletas de dedo. Ellos podían verme a mí
también porque había dejado mi refugio de par en par, sin protección
holográfica ni dactilografía alfanúmerica. Allí me encontraba, medio desnuda,
envuelta en tremendas heridas sangrantes y con el bote de insecticida en la
mano.
Ocurrió entonces. No sé cómo, pero se
encendió la pantalla del equipo informático. ¿Quién demonios había pulsado la
tecla de encendido? Mosquito cabrón!!! la sala se iluminó en blanco primero,
sucesión de series cifradas, verde sobre negro, a velocidad del rayo… En menos
de un minuto quedaron activadas todas las aplicaciones programadas para las
6,30 a.m. del día D, la hora convenida para el briefing del día con usted, mi
general, con el Jefe del Estado mayor de la Defensa y los Ciberconsejeros del
Gobierno de la nación. El meeting point iba a ser el espacio reservado de mi
puesto informático. El resto de la historia ya la conoce en primera persona.
Cuando tomé conciencia de que la web cam de mi ordenador estaba encendida, ya no
me tuve tiempo para ponerme al menos mi camiseta de Heineken. Lamento
enormemente que sus insignes colaboradores tuvieran que verme de esa guisa, con
el pelo enmarañado y sin el rimel. Podría al menos haber lucido un delicado
conjunto de encaje y no aquel de algodón desgastado. No comprendo, señor, ¿por
qué me mira usted así? ¿Acaso fue el insecticida barato lo que más le extrañó?
Venga, hombre, no frunza el ceño, que le prometo que esta oficial de enlace que
tiene delante no se doblegará ante nadie que ose a querer violentar nuestra
seguridad. De mosquitos ya no hablamos, señor.
Destituida como máximo responsable de la cibedefensa nacional
la comandante Sara Salas, acusada por el alto mando del Ejército de escándalo
público
Los hechos tuvieron lugar en la
madrugada del pasado 22 de agosto en el interior de la vivienda en la que la
oficial tenía previsto desarrollar su trabajo de investigación y defensa del
espacio virtual nacional. Por causas que aún están siendo investigadas por la
justicia militar, la comandante pudo ser fotografiada por sus vecinos, que
haciendo uso de sus teléfonos móviles no dudaron en inmortalizar el momento en
que la señorita Salas posaba en el salón de su vivienda vacacional en paños
menores y una actitud de corte agresivo, según atestiguan quienes la vieron.
“No, nadie entró en su casa, fue esa señora quien se encargó de abrir todas las
ventanas y puertas del chalet al tiempo que corría de un lado a otro, chillando
algo de un mosquito invasor y profiriendo todo tipo de frases en plan
satánico”, declara severamente Julito Pérez, el chaval que ha conseguido que la
foto en bragas de la comandante Salas se hiciera viral en Instagram en apenas
unas horas.
A la espera de la resolución de su
expediente, la acusada ha sido apartada de todas sus funciones como ingeniero
informático de la división encargada de la ciberdefensa de nuestro país. Según
fuentes oficiales consultadas por este periódico, muy probablemente la
comandante Salas sea ingresada en una unidad de tratamiento psiquiátrico por
trastornos del comportamiento nocturno.