LA REPÚBLICA
– Mi abuelo Félix
Por Olga
Gallego
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¡Nosotros somos republicanos!
Gritaba siempre mi abuelo cuando mi padre le decía que quería ir con el frente de juventudes a Ávila a jugar al ajedrez.
Gritaba siempre mi abuelo cuando mi padre le decía que quería ir con el frente de juventudes a Ávila a jugar al ajedrez.
-
Déjate de juegos y preocúpate más por ayudar en casa,
que hay mucho que hacer.
Un gran tipo mi abuelo, un republicano de la cabeza a
los pies que tuvo que vivir en bando nacional y sacar adelante a una familia
con siete hijos. Tarea ardua y complicada, si además se están criando en un
pueblo donde los falangistas encandilaban a los chavales con viajes, juegos y
pasatiempos de todo tipo. Entretenimientos que traen de cabeza a los padres
porque distraen a los jóvenes de sus tareas y quehaceres diarios.
El motivo de discusión de aquella tarde era que el niño, Perico, mi padre, se había apuntado a una salida con los falangistas y mi abuelo no estaba de acuerdo. Mi abuela, una mujer más práctica que republicana con siete bocas que alimentar y poca comida que darles, opinaba que si el chico, por jugar al ajedrez comía un día, bienvenido sea, aunque la comida se la dieran los nacionales.
Al día siguiente y desoyendo a su padre, el mío, se
fue con el Frente de Juventudes a Ávila a jugar un torneo de ajedrez. Lo de
menos era el juego, cualquier escusa era buena para salir del pueblo y viajar,
aunque fuera a 50 km. Además, les daban alojamiento y comida y comer un plato
para ti solo cuando eres el penúltimo de siete hermanos es una gran victoria.
Después del torneo, les dejaron la tarde libre para
dar un paseo por la ciudad e ir al mercado chico. Tenía tres pesetas que le
había dado su madre para que se comprara unas alpargatas, pero a sus diez años
y a él les pareció mejor idea comprarse un silbato y una linterna. Así volvió
mi padre a casa aquella noche, enseñando a todos sus compras. Su linterna y su
silbato fueron la envidia de sus hermanos y amigos. Se sintió el muchacho más
feliz del pueblo.
Al día siguiente, antes del amanecer, mi abuelo fue a buscarle:
- Perico, levanta que tienes que ir a cavar unos surcos a la viña de Navaserrada.
- Pero, padre, es que ese camino está lleno de abrojos y no tengo alpargatas. Además, no ha amanecido todavía y está muy oscuro.
El abrojo es
una planta herbácea rastrera de hoja perenne cuyo fruto es una semilla con
cinco espinas, tan duras que son capaces de perforar la suela del zapato, y no
digamos si vas descalzo.
- Bueno, dijo mi abuelo, pero para eso tienes una linterna con la que puedes iluminar tu camino y un silbato que puedes soplar en caso de que te pinches.
- Bueno, dijo mi abuelo, pero para eso tienes una linterna con la que puedes iluminar tu camino y un silbato que puedes soplar en caso de que te pinches.
En ningún momento le reprochó que no se comprara unas
alpargatas. Y allá fue mi padre, obediente, con su linterna y su silbato, a
realizar la tarea que le encomendó el suyo.
LA
REPÚBLICA
Por
Marisa Bono
Para
inspirarme un poco con este tema tan poco evocador, le he preguntado a mi
asesor universal sabelotodo: internet. “República” le he dicho, y me ha
contestado con la consabida definición. No contenta con esta respuesta tan
anodina, he insistido delimitándole un poco más el tema y le he dicho:
“Repúblicas en España”. Y me ha contestado que dos. Me cuenta los períodos, los
protagonistas; pero tampoco me da pie a la inspiración, hasta que llego a la
parte en la que se habla de las constituciones que han regido estos dos
períodos tan minúsculos de la historia de España.
La
primera República, regida por la constitución de 1873, que no llegó ni a estar
promulgada, y la segunda República de 1931, que como bien sabemos duró hasta el
año 1939.
Me
llama la atención la trayectoria del siglo XIX en cuanto a constituciones se
refiere, desde la primera de ellas de 1812, hasta la última de ese siglo, hay
ocho constituciones en un lapso de 65 años.
De
forma que, si una sola persona hubiera tenido que realizar este trabajo de una
forma continuada, la imagino sin poder hacer otra cosa durante esos años, sólo
hubiera tenido tiempo de pensar, redactar, editar, promulgar y derogar
constituciones, ¡pobre!
Miro
el cuadro explicativo en la pantalla del ordenador, comparando y analizando. Si
me dieran a elegir, sin duda mi preferida es la de 1873, por la que se rigió la
primera República, la primera constitución que contempla el estado en forma de
República, la más avanzada en derechos y libertades, incluso más que la actual,
siendo cien años más joven.
Fantaseo
con la idea y me pregunto cómo seríamos si esa constitución hubiera sobrevivido
a tanto motín, golpe de estado y derrocamiento. ¿Seríamos los mismos?
Me
gusta pensar que todo sería diferente y, por supuesto, mejor, ya que llevaríamos
años y generaciones asimilando la buena educación, el respeto, la solidaridad,
la empatía, la igualdad, la integración, la libertad… Que ya formaría parte de
nuestro ADN.
Que
seríamos capaces de sentarnos a escuchar al otro y que entraría dentro de
nuestras posibilidades el que pudiera tener toda la razón, o por lo menos parte
de ella.
Que
hubiéramos sido capaces de negociar, por ejemplo, los planes de estudio, que se
harían pensando única y exclusivamente en los alumnos, en su completo
desarrollo personal, físico e intelectual, que serían concebidos por lo menos
para 25 años, para una generación completa.
Que
seríamos inflexibles ante la corrupción, la rapiña, el amiguismo, la
injusticia, la violencia, la mentira…
Que
no permitiríamos estas muestras de debilidad y egoísmo en los demás y mucho
menos en nosotros mismos.
En
fin, que no basaríamos nuestro grado de felicidad fundamentalmente en el buen
tiempo, en la cantidad de bares por metro cuadrado, y en la pericia personal
para escaquearnos o de alguna manera “engañar” a otros, ya sea hacienda, al
jefe, al seguro, a la seguridad social…. La lista es interminable.
El
granizo golpeando el cristal de la ventana me despierta, creo que me he quedado
dormida, mientras comparaba constituciones, y hasta incluso diría que he
soñado.
Deseo
que salga el sol y se acabe el invierno, tomarme unas cervezas en una terraza,
llegar mañana tarde al trabajo poniendo alguna excusa o mejor llamar diciendo
que estoy enferma y no puedo ir…
MIS MUSAS, LAS MAESTRAS
Por Emilia Ruiz
No
sé qué me pasa últimamente, pero no me siento muy motivada, así en líneas
generales y, más particularmente, a la hora de escribir. No me quiero dejar
arrastrar, aunque siempre se ha dicho que la creatividad es una cuestión de
inspiración, ¿dónde estáis musas, que me tenéis abandonada? Nada me mueve y la
sensación me deja con el corazón estancado. Quizá, si pusiera más interés por
la actualidad informativa y viese el telediario de vez en cuando, podría llegar
a sentir indignación ante la desvergüenza de muchos de los personajes del
panorama social y político, alentándose desde mis entrañas un fogonazo
contestatario que termine por despertarme ya de este sopor existencial mío.
Veo
que mi compañera de trabajo, muy querida y admirada por otra parte, luce en su
mochila de profesora un pin con la bandera de la República española. Raquel
celebra su cumpleaños este sábado, día
14 de abril, orgullosa de soplar velas el mismo día en que se conmemora la
proclamación de la II República Española. Mi amiga se considera una firme
defensora de que nuestro país se transforme radicalmente e instaure la tercera
y definitiva república que, según ella, nos proporcione un sistema
verdaderamente democrático, en el que prevalezca la justicia, la igualdad de
todos los ciudadanos ante la ley que debe ampararnos , más allá de nuestras
diferencias culturales, religiosas, ideológicas o económicas.
La
escucho con mucha admiración, porque veo que sabe mucho y muestra conciencia
política y social. Yo, que pertenezco a la generación postfranquista y nací un
año antes de que se firmase la Constitución Española, crecí escuchando en casa
lo bueno que había sido nuestro anterior rey, Juan Carlos I; todo eran elogios
a la hora de valorar su papel institucional en la denominada Transición, pues,
según nos han contado, supo conciliar posturas, dar cabida en el nuevo escenario democrático a todas las
posiciones políticas, incluso a las que durante décadas tuvieron que vivir en
el exilio y fueron perseguidas en razón al color de su bandera.
Me
declaro muy ignorante en muchos aspectos relacionados con la historia reciente
de España. Quizá lo sea porque en los años que tuve que estudiarla había muchos
temas que seguían tratándose de manera muy edulcorada, y a veces sectaria, pero
también por cierta dejadez . Creo que mi actitud habría sido bien distinta si
la vida me hubiera puesto en el aprieto de tener que sufrir en mis propias
carnes las consecuencias de las injusticias, del reparto desigual de las
riquezas, que encumbra a una minoría y arrincona a tantos, esposándolos a una
realidad socioeconómica en muchos casos insostenible. La tibieza de pensamiento
se tornaría indignación, furia interna incontrolable, si hubiera sentido que
mis derechos y libertades han sido quebrantados por algún grupo de poder, ya
sea el Estado o por parte de los llamados poderes fácticos…
He
leído algunos textos sobre la II República. Creo que entiendo, en líneas
generales, cuál fue el propósito republicano después del reinado de Alfonso
XIII y la dictadura de Primo de Rivera. Reconozco, sin embargo, que me he
perdido en la maraña de acontecimientos políticos que se sucedieron en los dos
bienios que abarcó la segunda República “en paz”, entre
republicanos-socialistas, el partido republicano radical, la Confederación Española
de Derechas Autónomas, la Revolución de 1934, que representó la insurrección
anarquista y socialista y el posterior Frente Popular, que, tras las elecciones
generales de 1936, solo pudo gobernar cinco meses, hasta que el 18 de julio de
ese mismo año tuvo lugar el golpe de Estado por una parte del ejército que
desembocó en la guerra civil española. Por no hablar de la llamada segunda
República en guerra, de 1936 a 1939.
Llegados
a este punto me doy cuenta de que no es nada fácil bucear en el pasado y
comprender las razones y sinrazones que conducen a un país a una guerra. Creo,
de hecho, que fue entonces, en aquellos tres años terribles, donde terminaron
de forjarse, a fuego lento y ensañado, las etiquetas, los colores, los
prejuicios que han mantenido enfrentados a los ciudadanos de este país: rojo,
morado, azul, fascista, comunista, franquista, derechas, izquierdas, y otras
heredadas, marxistas, leninistas, anarquistas… No quiero ni entrar a descrifrar
qué significa ser una cosa o la otra. Yo he terminado convirtiéndome en una
mujer adulta, con cierta instrucción, del siglo XXI, sin el resguardo de
ninguno de esos paraguas, aunque quizá sí a la sombra del que eligió mi familia
para significarse políticamente. Mis padres, que vivieron la represión
franquista y estudiaron Geografía e Historia en los últimos años de la
dictadura, se declararon siempre firmes defensores de la democracia y de la
Monarquía constitucional que se instauró con Juan Carlos I y continua, de
momento, con Felipe VI…
Pero
quiero pensar que el concepto de República tiene mucho más calado y trasciende
las banderas y la cuestión política e institucional (tendré que seguir
madurando en este sentido mis posiciones como ciudadana comprometida que aspiro
a ser). Porque yo miro a Raquel, observo su trato con los alumnos, escucho sus
opiniones sobre lo que debe ser la escuela y su análisis de la realidad
educativa y veo en ella a una mujer comprometida con su trabajo, que está
convencida de que la educación debe ser pública, de todos para todos, porque
todos tenemos los mismos derechos, porque la educación es un derecho, y veo que
ella, como otros tantos compañeros a los que me honra haber conocido, ofrece lo
mejor de sí misma al alumno pobre, al rico, al que tiene dificultades en el
aprendizaje y al que se le desborda el intelecto, a la chica peleona que
despotrica contra todo, a la muchacha del pañuelo, al chaval de trato amable y
al que osa, desde la más supina ignorancia, cuestionar la calidad de un texto
de García Lorca. Me gusta su espíritu crítico y me encanta escucharla hablar de
cuestiones muy candentes y actuales, como el feminismo. No sé si comparto todo
cuanto ella defiende, pero sí sé que contar con ella, con su visión del mundo,
de la vida, de la educación, de la literatura, resulta del todo estimulante y
enriquecedor.
Y
como ando en este momento vital tan confuso y no daba con el aire que quería
darle a este texto, pensé que sería buena idea comentarle a Raquel que tenía
que preparar para mi próxima reunión de Empiñadas algo relacionado con la
República. Le estuve hablando de que tenía en la cabeza hablaros de las
Sinsombrero, nombre con el que se conoce a la generación de
mujeres pintoras, poetas, novelistas, ilustradoras, escultoras y pensadoras,
que a través de su arte y activismo desafiaron y cambiaron las normas sociales
y culturales de la España de los años 20 y 30: Teresa León, Ernestina de
Champourcín, María Zambrano, Rosa Chacel, Maruja Mallo, nombres silenciados de
la historia oficial de la generación del 27, entre muchos otros… y pensé en
ellas porque hacerlo significaba querer entender su contexto histórico, que
abarca los años de la dictadura de Primo de Rivera, la República y la guerra
civil.
Aunque
a Raquel creo que le pareció interesante la idea, sobre todo porque los
profesores de Lengua y Literatura llevamos años queriendo reivindicar los
nombres de todas estas mujeres como legítimas representantes de la clase
intelectual española de aquel momento, me sugirió un tema si cabe más oportuno.
¿Por qué no hablas de las maestras de la República? Así podrías mostrar qué
representaron las ideas republicanas para la educación…
Aunque los entresijos políticos e
históricos que sustentaron la República me hayan resultado difíciles de asimilar,
así en una primera lectura, mi compañera me hizo ver que había una cuestión mucho
más próxima a mí y que, sin lugar a dudas, constituye el punto de partida para
cualquier propuesta ideológica que pretenda enarbolar la bandera de la libertad
y la igualdad entre las personas.
Uno de los grandes compromisos
sociales de la democracia de la Segunda República fue la educación, pues solo
acercando el saber y la cultura a todos los ciudadanos sería posible asegurar
una sociedad libre e igualitaria, con criterio para elegir su destino desde el mismísimo
conocimiento de causa. El objetivo era configurar el estado docente, que
llevaría la enseñanza a los rincones más remotos del país para construir una
sociedad más justa, equitativa y solidaria.
Las maestras de la república, o
sencillamente republicanas, tuvieron un papel principal en este propósito, pues
participaron de forma comprometida y valiente en su desarrollo material. En
aquellos años 30, estas profesionales representaban el modelo de mujeres
modernas e independientes. Ellas serían las responsables, en buena medida, de
la construcción y difusión de la nueva identidad ciudadana, al educar a su
alumnado en los valores de igualdad, libertad y solidaridad, tanto a través de
la transmisión en los contenidos en las aulas como, sobre todo, con su ejemplo
personal. Algo que nos suena ahora a rabiosa actualidad, al colmo de la
reivindicación de la educación en valores, fue ya una realidad hace más de
setenta años. Estuvimos en el camino de convertirnos ya, a comienzos del siglo
XX, en la sociedad moderna en la que aún hoy aspiramos a convertirnos.
Estas maestras trabajaron con denuedo
en las aulas de todo el país desde el más absoluto compromiso con la igualdad
social y de género. Como nos cuentan en el documental que se les ha dedicado y
que os recomiendo, fueron conscientes de que cada paso que daban representaba
el dibujo del camino por el cual otras transitarían". Se embarcaron en los
viajes de estudios, participaron en las Misiones pedagógicas, ocuparon puestos de
dirección en los colegios y formaron parte de organizaciones sindicales,
políticas y asociaciones feministas y ciudadanas. Fueron pioneras en diversos
procesos de innovación y prácticas pedagógicas que abrían las aulas a una
metodología activa y participativa. Sentaron las bases de una propuesta
educativa que actualmente consideraríamos del todo revolucionaria y que, en
caso de que nuestro sistema de enseñanza la incorporase, nos conduciría, casi
con toda seguridad, a un éxito rotundo en materia de educación. Ríase usted de
Finlandia.
Porque creían en la igualdad
derribaron los muros que separaban a los alumnos y alumnas, apostando por la
enseñanza mixta y laica, pues creyeron que así era posible compartir intereses
y conocimientos desde la igualdad, dejando de lado los condicionamientos
sociales, culturales o religiosos.
Este ambicioso proyecto pedagógico
quedó interrumpido tras la guerra civil, con la represión ejercida por el bando
vencedor sobre el ejercicio del magisterio por parte de estas maestras. Se
intentó acabar con ellas tanto física como simbólicamente, persiguiendo los
valores de igualdad y autonomía que representaban. Además, con el
franquismo, se produjo una intolerable injerencia del Estado y la Iglesia en lo
referente a la enseñanza, con el consiguiente menoscabo en el ejercicio de la
función pública docente. Durante la dictadura, no ejercieron el magisterio los
mejores profesionales, sino aquellos, a veces de dudosa preparación, elegidos
por su afección al nacionalcatolicismo.
Afortunadamente, en los últimos
cuarenta años mucho han cambiado las cosas en materia de educación. Hay, sin
embargo, diversos aspectos que precisan de una profunda transformación, sobre
todo en lo referido a la metodología y la cuestión pedagógica, pues todavía en nuestro
siglo se sigue pretendiendo que todos los estudiantes respondan a un único
perfil académico, a un canon a veces inalcanzable. La atención a la diversidad
conforma un capítulo cada vez más importante para quienes legislan; lo mismo
ocurre con el apartado referido a la educación en valores. No podría ser de
otra manera, pues una sociedad moderna y plural como la nuestra debe velar por
que cada uno de quienes la conforman tenga acceso a una educación que le
permita convertirse, en condiciones de igualdad y libertad, en ciudadanos
activos y participativos en la vida social, económica y política de nuestro
país.
Somos muchos los profesores
comprometidos con este objetivo, doy fe de ello, pero hay unos pocos que
parecen traer el testigo de quienes, en otro tiempo, defendieron ya los mismos
ideales. Mi compañera y amiga Raquel es una de estas maestras de hoy que
trabajan para reivindicar el derecho a una educación pública que garantice los
principios de igualdad y libertad, pues solo de esta manera podremos decir que
vivimos en una verdadera democracia. Ella y las maestras de la República han
terminado por convertirse en mis musas; han venido a despertarme de mi sopor, a
darme un nuevo contenido y ganas renovadas para ilusionarme con lo que de
verdad me mueve e ilusiona, ser maestra, y por lo que parece, republicana.
LA REPÚBLICA
Por Encarna Bas
Una
hoja de papel en blanco, vacía, había que llenarla y me resultaba inmensa dado
que o bien mis neuronas no estaban ágiles, o estaba distraída o todo lo relacionado
con algo político, me llevaba al hartazgo.
En
los diccionarios te aseguran que la república es una forma de gobierno donde es
el pueblo el que tiene la palabra…..Bueno
y te dicen muchas cosas más que realmente no coinciden con la realidad.
En todos
los países, en algún momento ha habido un sistema de gobierno republicano. El
pobre Platón ya escribió un librito que todavía perdura, pero con el ser
humano, es imposible que nada dure.
Como
todo el mundo quiere ser “jefe”, el que no lo es asegura que el que está en ese momento en el
poder lo hace fatal, malmete, levanta a sus amigueles contra el régimen de
turno…Y, así, una y mil veces. El pueblo no está educado para pensar,
simplemente pensar, y lo llevan como una marea hacia intereses particulares
sobre verdades a medias.
Las
noticias hartan, todos los días más de lo mismo, las radios, las televisiones,
la prensa… Todo porterías baratas llenas de chismes, pero eso sí, algo en común
TODOS ROBAN. Administran mal y no educan al pueblo.
¿Ha
cambiado algo para mejor desde Platón? Me lo pregunto muchas veces.