Fuerte y poderosa, por Marisa Bono
Aquel
día, Lola se levantó relativamente temprano; se desperezó despacio y con fuerza
y comprobó que sólo tenía molestias en los brazos y un poco en el costado
izquierdo. ¡Uhmmmm! Hacía meses que no se encontraba tan bien…
Sentada
en la cama, saboreó por un instante ese inusual estado de bienestar que ella
suponía en otras personas recién levantadas.
Fue
a la cocina, sin pasar por el salón, y decidió hacerse un desayuno continental “con
de todo”, ¡qué más daba media hora más que menos! Hoy era el día; no tenía ninguna
prisa. Hoy era su día. Se sentó frente al ventanal de la cocina, mirando a la
calle, en el rincón más soleado, y, mientras degustaba el espléndido desayuno,
su cabeza comenzó a divagar acerca de las circunstancias que la habían llevado
hasta ese preciso momento. Y, así, de pronto, se le vino a la memoria aquello
que escuchaba decir a su madre: ¡Ay, hija mía, esto no te traerá más que
problemas! Como si ese hubiera sido el punto de partida y, a raíz de ese
momento, hubiera comenzado todo.
Se
recuerda a sí misma con doce años recién cumplidos, sin tener ni idea de lo que
realmente le estaba sucediendo, en una época en la que la norma era ir a hechos
consumados con la menor cantidad de información posible, aterrorizada por el
rojo intenso de su sangre, y dentro de su vena melodramática, sin ningún
síntoma evidente de que fuera a morir inmediatamente…
Una
vez pasado el primer susto, le pareció que comenzaba a sentirse invadida por
una especie de orgullo, como si acabara de entrar en el club privado más
elitista que existiera, por qué ella “sí” y su amiga Eleni, todavía “no”… Los
cuchicheos con sus amigas y compañeras de clase, las risitas, las bromas, los
comentarios a media voz… Tanta
ingenuidad la hace sonreír. No, mamá, en este asunto no tenías razón: la regla
no fue la causante, el motivo fue otro.
Y en
un par de años, o tal vez menos, la transformación se completó, y dentro de un
cuerpo pleno, lleno de hormonas había una cabecita llena de confusión, juguetes
y cuentos… Cuentos, cuentos y más cuentos.
El
príncipe azul, el primer amor, el primer beso, el deseo… ¡Lo que me quiere
Jaime!
La
primera prohibición, la primera voz, el primer empujón, el primer enfado, la
primera reconciliación… ¡Lo que me quiere Jaime!
El
primer embarazo, la boda precipitada, el primer moratón, la primera visita al
hospital, el primer aborto, el miedo… ¡Lo que me quiere Jaime!
El
miedo, el silencio, la vergüenza, la culpa, la denuncia… ¿Me quiere realmente Jaime?
Una
lágrima se le escapó sin querer… Cerró los ojos con fuerza y se la limpió casi dándose
un manotazo de la furia que sentía. “Venga, venga, venga”, basta ya de
tonterías. Hay que ponerse en funcionamiento. Se acabó el desayuno, hay que
dejarlo todo bien recogido y a la ducha rapidito.
Eligió
con esmero la ropa, esa que sabía le sentaba tan bien, e incluso hoy se
pintaría. Le apetecía mucho dedicarle un rato a esa labor que siempre la había
tranquilizado.
Se
miró por última vez en el espejo, su aspecto general, su cara, sus ojos, tan
cansados de mirar cara a cara el infierno y que ahora ya solo podían
reflejarlo, y, aun así, se sintió fuerte. Fuerte y
poderosa. Ahora sí que podría ir al salón, sentarse en el sofá al lado del
teléfono y de Jaime y llamar a la policía.
La gran
carrera, por Olga Gallego
Somos muchos los que estamos aquí esperando a que
llegue nuestro momento. Siempre esperando y sin nada que hacer. Las horas se
hacen eternas. Hablas con unos y otros y escuchas las historias que cuentan los
mayores, la mayoría inventadas porque ninguno de nosotros ha conocido otra vida
que esta. Estamos todos juntos en la misma sala, una habitación de forma
elíptica oscura, húmeda y caliente. El espacio es tan reducido que nos tocamos
unos con otros, dándonos cobijo y ánimo pero también transmitiéndonos el miedo
y la duda. He escuchado las historias y dicen que cada mes eligen a uno, le
inyectan drogas que le hacen variar su tamaño, forma, textura y aroma y lo
expulsan al exterior. Lo dejan solo ahí fuera esperando la llegada del
"ganador", eso si tiene la suerte de que en este día se celebre una
carrera.
Hoy me ha tocado a mí. Estoy aterrado porque no
sé qué puede pasarme, pero también contento y expectante por haber sido
elegido. Me acomodo en mi nuevo espacio mientras ellos preparan el gran salón
para la fiesta de bienvenida. Espumillones, luces, flores, borlas, telas,
comida y bebida abundante y grandes almohadones colocados sobre el suelo y las
paredes para que resulte más confortable. Todo preparado para que, si viene el
ganador y me encuentra, tengamos un lugar donde poder empezar una nueva
vida.
Han pasado varios días y no ha venido nadie. La comida
empieza a estropearse y los adornos que antes se veían tan bonitos ahora están
ajados y rotos. Tengo frío, me siento débil y, aunque estoy echado sobre los
mismos almohadones, ya no me parecen tan confortables como antes. Estoy seguro
de que no ha habido carrera y, por tanto, no hay ganador que vaya a venir. Los
adornos, la comida, todo se ha echado a perder y habrá que tirarlo, a mí
también. Lamento que así sea, porque no quiero morir, pero me alegro de haber
pasado por esto.
Los del servicio de limpieza han empezado su trabajo.
Con grandes mangueras mojan las paredes y los suelos del gran salón dejando
todo limpio y blanco a su paso. Emplearán varios días en esta ardua tarea, día
y noche, sin descanso, hasta que todo vuelva a estar como antes. Ya vienen a
por mí; me relajo y me dejo arrastrar por el gran salón hasta la salida. Adiós
a mis sueños de una vida nueva. No ha podido ser; sólo espero que alguno de mis
compañeros lo logre en el siguiente ciclo.
A los quince días de la limpieza,
aproximadamente, vuelven a elegir a otro óvulo de la sala. Me gustaría
haber podido explicarle que no debe tener miedo, y que no sufra si no hay
carrera. Su misión también es muy importante, casi más, porque gracias a él
preparan el gran salón para el recibimiento. Llegará el día en que el óvulo
elegido y el espermatozoide ganador se junten, produciéndose, así, el
nacimiento de un nuevo ser. Yo ya no estaré allí, pero me voy feliz
porque sé que habré contribuido a que ese milagro sea posible.
La regla, por Claire Tarbet
El
otro día, el cartero trajo un pequeño paquete. Era para mi hija. Ella no estaba
en casa, así que lo dejé en la mesa de la cocina. Cuando ella entró, dijo con toda
la naturalidad del mundo, "oh, esa debe ser mi copa menstrual". Me
recordó lo diferentes que eran las cosas cuando yo tenía su edad.
Con
19 años vine a España para pasar un año en Madrid. Iba a vivir con mi vieja
amiga del colegio, Bev, en un pequeño piso que habíamos alquilado en el Barrio
del Pilar. Iba a ser una gran aventura. Por aquel entonces, no muchas personas se
tomaban un año sabático, pero yo lo hice.
Empecé
a hacer la maleta con todo lo que pensé que necesitaría en mis primeros tres
meses; ¡mi ropa, mis libros, mis cintas y seis cajas de tampax! Bev me había contado lo caros que eran en España. Como no
tenía mucho dinero, había decidido llevármelos para no tener que comprar allí.
No había mucho espacio en mi maleta, así que decidí abrir cada caja y dispersarlos
entre la ropa.
Traté
de cerrar la maleta, pero por supuesto no hubo manera. Me senté encima de ella
tratando de aplastarlo todo. Llamé a mi hermano, Andrew, para que me ayudase, y,
aún así, no pudimos cerrarla. En un momento de desesperación acabé por desempaquetar
todo y volver a empezar. Esta vez quitando algún jersey o alguna chaqueta que
me pondría el día del vuelo, a pesar de que a principios de septiembre seguía
haciendo calor en Inglaterra y en Madrid, mucho más.
Finalmente,
el gran día había llegado; me iba a Madrid. Me despedí de mi familia en la sala
de embarque y pasé por el control de seguridad. Ya estaba de camino.
El
avión aterrizó; tuvimos que coger un pequeño autobús para llegar a la sala de
llegadas. Hacía un calor horrible. Estaba sudando muchísimo, además tenía que
cargar con todas las capas extras que llevaba. Pero, una vez llegué a la terminal
de llegadas, me sentí más aliviada porque tenían el aire acondicionado puesto.
Ahora
era el turno de encontrar mi maleta. No fue difícil, ya que era de un color muy
llamativo, ¡turquesa brillante! Destacaba entre todas las demás. Mi padre, que
estaba acostumbrado a viajar mucho, me aconsejó que eligiera esa porque
facilitaba la tarea de localizarla en las cintas transportadoras. Tenía mucha
razón.
Continué
con el recorrido hacia el control de seguridad. Como no tenía nada que declarar,
pensé que iba a ser una cosa rápida, pero no fue así. Unos guardias me pidieron
que abriese la maleta para revisar, algo rutinario. Sonreí nerviosamente, y empecé
a abrir la maleta. Tal vez había sido por mi cara extremadamente roja del calor,
o por el color de la maleta o simplemente estaban haciendo su trabajo, pero, de
todos los pasajeros, me habían elegido a mí para la revisión. Miraron entre toda
la ropa; se miraron el uno al otro, obviamente sorprendidos por la cantidad de
tampones que llevaba dispersos por toda la maleta. Me estaba muriendo de
vergüenza. Finalmente, me dijeron que podía cerrarla, cosa que me costó
conseguir de nuevo, y me fui en cuanto pude, mucho más roja que
antes.
Todo es normal y natural, por Encarna
Bas
La
vuelta de vacaciones nos trajo una cenita y un nuevo tema. La regla. Podía ser
un instrumento de medida, una norma de una comunidad y hasta el reglamento de
una orden religiosa. Pero no, nuestro trabajo sería sobre la menstruación
femenina… En mi juventud no se hablaba de eso: era impuro y casi pecaminoso. Nunca
lo entendí porque todas las hembras de los mamíferos la tienen. Bueno, no sé si
cetáceos y delfines también cuentan con ella. Preguntaré.
Todo
esto me trajo a la memoria la preparación de mi primera regla por parte de mi madre.
Con
traje de nido de abeja, muñeco al brazo y bragas de perlé hechas por mi abuela,
aterricé en otro país con la lección bien aprendida: debía pedir ayuda en
cuanto notara algo raro, si me dolía la tripa, por ejemplo. La directora sabría
lo que necesitaba.
- Todo
es normal y natural me dijo mi madre.
- Las
plantas tienen savia y florecen.
- Esto
te va a servir para tener niños, ¡con lo que a ti te gustan “.
Y, así,
me fue enumerando un sinfín de cosas maravillosas que me pasarían si todos los meses pasaba
unos días sangrando.
La
mire atónita, no lo entendía muy bien pero, lo que sí sabía era que resultaba
totalmente innecesario que a mí me ocurriera aquello .Yo ya sabía, con una
lucidez impropia de mi edad, que yo no iba a tener hijos.
Hoy
en día, peino canas y he pasado por la vida haciendo todo lo que una mujer normal
hace, pero cuidándome extremadamente de no engendrar otro ser.
Tuve
la regla; se me fue; me sofoqué; sudé… En fin, todo el ritual y aún hoy me
pregunto por qué aquella niña que se agarraba a su muñeco sabía que ella no quería tener muñecos de carne y
hueso.
Unas cosillas para tirar, por Gloria
Gallego
Aquella
mañana, me habían informado de la posibilidad de poner un puesto en la feria de
Altaria en El Escorial. Se trata de una feria de artículos de segunda mano
donde uno puede llevar todo lo que ha dejado de usar o la ropa que ya no le
vale. Me pasé la tarde rebuscando en los armarios y cajones. No me gusta deshacerme
de la ropa que no me vale, con la esperanza de que, en unos años, comience a
desinflarme y me pueda volver a colocar las minifaldas y los vestidos.
Me
iba desesperando porque no tenía ni idea de qué podría llevar, así que, cuando
abrí ese cajón y me encontré con aquellas bolsitas tan monas, con esos
dibujitos y lazos, que me acompañaban en esos días en los que te pesa hasta el
aire, siempre en el bolso grande, cuando salir de casa era toda una sorpresa,
supe lo que iba a llevar a la feria. Porque yo la feria no me la perdía.
Mi
puesto sería el más femenino de toda la esquina; lo que yo no sabía, ni me
esperaba, era el revuelo que se montaría por unas compresas y unos tampones.
A
la feria suele ir la mayoría del pueblo y es normal encontrarte con gente
conocida, amigas que se acercan a contarme sus menopausias, acompañadas de sus
hijas, que me contaban sus reglas… Vendí alguna mercancía a chicas que llegaron
a preguntarme si disponía de algún lugar donde poder colocárselo. Yo les ofrecí
que lo hicieran debajo de la mesa, que para eso me había llevado un mantel
grande. Las hijas de las amigas ya usaban otras marcas más sofisticadas que te
permiten hacer el pino o bailar en tanga, pero yo defendía mi mercancía, que
una compresa que viene en una bolsita es muy aprovechable. Compresas y tampones
vintage total.
Vamos,
que yo lo que quería era pasar el día en la feria y lo conseguí. La próxima vez
me llevo también los condones que me dejé en el cajón pensando que lo mismo
podrían servirme para algo. Una protección extra en una noche loca.
Me
pregunto ahora si los tampax tendrán
fecha de caducidad, que ya he visto que los condones sí.
A
varias jovencitas les tuve que explicar este sistema de tampón, ya antiguo, que
venía con un cartón. Claro, que era mucho más ecológico que los de plástico,
imagino que ahora, además, biodegradable; imagino que, en breve, lo harán de
maíz y te lo podrás hasta comer. Está claro que en esto no manda lo ecológico
(si no, se hubiesen extendido las cápsulas que te metes como un jarroncito), que ya es bastante tener que estar sangrando
durante una semana, con una mala leche de narices, como para pensar en el
papel, en los peces y en el planeta.
Estas
y otras conversaciones conmigo misma resumen mi fin de semana en el mercado
Altaria.