viernes, 9 de febrero de 2018

La regla



Fuerte y poderosa, por Marisa Bono
Aquel día, Lola se levantó relativamente temprano; se desperezó despacio y con fuerza y comprobó que sólo tenía molestias en los brazos y un poco en el costado izquierdo. ¡Uhmmmm! Hacía meses que no se encontraba tan bien…

Sentada en la cama, saboreó por un instante ese inusual estado de bienestar que ella suponía en otras personas recién levantadas.

Fue a la cocina, sin pasar por el salón, y decidió hacerse un desayuno continental “con de todo”, ¡qué más daba media hora más que menos! Hoy era el día; no tenía ninguna prisa. Hoy era su día. Se sentó frente al ventanal de la cocina, mirando a la calle, en el rincón más soleado, y, mientras degustaba el espléndido desayuno, su cabeza comenzó a divagar acerca de las circunstancias que la habían llevado hasta ese preciso momento. Y, así, de pronto, se le vino a la memoria aquello que escuchaba decir a su madre: ¡Ay, hija mía, esto no te traerá más que problemas! Como si ese hubiera sido el punto de partida y, a raíz de ese momento, hubiera comenzado todo.

Se recuerda a sí misma con doce años recién cumplidos, sin tener ni idea de lo que realmente le estaba sucediendo, en una época en la que la norma era ir a hechos consumados con la menor cantidad de información posible, aterrorizada por el rojo intenso de su sangre, y dentro de su vena melodramática, sin ningún síntoma evidente de que fuera a morir inmediatamente…

Una vez pasado el primer susto, le pareció que comenzaba a sentirse invadida por una especie de orgullo, como si acabara de entrar en el club privado más elitista que existiera, por qué ella “sí” y su amiga Eleni, todavía “no”… Los cuchicheos con sus amigas y compañeras de clase, las risitas, las bromas, los comentarios a media voz…  Tanta ingenuidad la hace sonreír. No, mamá, en este asunto no tenías razón: la regla no fue la causante, el motivo fue otro.
Y en un par de años, o tal vez menos, la transformación se completó, y dentro de un cuerpo pleno, lleno de hormonas había una cabecita llena de confusión, juguetes y cuentos… Cuentos, cuentos y más cuentos.
El príncipe azul, el primer amor, el primer beso, el deseo… ¡Lo que me quiere Jaime!
La primera prohibición, la primera voz, el primer empujón, el primer enfado, la primera reconciliación… ¡Lo que me quiere Jaime!

El primer embarazo, la boda precipitada, el primer moratón, la primera visita al hospital, el primer aborto, el miedo… ¡Lo que me quiere Jaime!

El miedo, el silencio, la vergüenza, la culpa, la denuncia… ¿Me quiere realmente Jaime?

Una lágrima se le escapó sin querer… Cerró los ojos con fuerza y se la limpió casi dándose un manotazo de la furia que sentía. “Venga, venga, venga”, basta ya de tonterías. Hay que ponerse en funcionamiento. Se acabó el desayuno, hay que dejarlo todo bien recogido y a la ducha rapidito.

Eligió con esmero la ropa, esa que sabía le sentaba tan bien, e incluso hoy se pintaría. Le apetecía mucho dedicarle un rato a esa labor que siempre la había tranquilizado.

Se miró por última vez en el espejo, su aspecto general, su cara, sus ojos, tan cansados de mirar cara a cara el infierno y que ahora ya solo podían reflejarlo, y, aun así, se sintió fuerte. Fuerte y poderosa. Ahora sí que podría ir al salón, sentarse en el sofá al lado del teléfono y de Jaime y llamar a la policía.


La gran carrera, por Olga Gallego                                                                                         

Somos muchos los que estamos aquí esperando a que llegue nuestro momento. Siempre esperando y sin nada que hacer. Las horas se hacen eternas. Hablas con unos y otros y escuchas las historias que cuentan los mayores, la mayoría inventadas porque ninguno de nosotros ha conocido otra vida que esta. Estamos todos juntos en la misma sala, una habitación de forma elíptica oscura, húmeda y caliente. El espacio es tan reducido que nos tocamos unos con otros, dándonos cobijo y ánimo pero también transmitiéndonos el miedo y la duda. He escuchado las historias y dicen que cada mes eligen a uno, le inyectan drogas que le hacen variar su tamaño, forma, textura y aroma y lo expulsan al exterior. Lo dejan solo ahí fuera esperando la llegada del "ganador", eso si tiene la suerte de que en este día se celebre una carrera.

Hoy me ha tocado a mí.  Estoy aterrado porque no sé qué puede pasarme, pero también contento y expectante por haber sido elegido. Me acomodo en mi nuevo espacio mientras ellos preparan el gran salón para la fiesta de bienvenida. Espumillones, luces, flores, borlas, telas, comida y bebida abundante y grandes almohadones colocados sobre el suelo y las paredes para que resulte más confortable. Todo preparado para que, si viene el ganador y me encuentra, tengamos un lugar donde poder empezar una nueva vida. 

Han pasado varios días y no ha venido nadie. La comida empieza a estropearse y los adornos que antes se veían tan bonitos ahora están ajados y rotos. Tengo frío, me siento débil y, aunque estoy echado sobre los mismos almohadones, ya no me parecen tan confortables como antes. Estoy seguro de que no ha habido carrera y, por tanto, no hay ganador que vaya a venir. Los adornos, la comida, todo se ha echado a perder y habrá que tirarlo, a mí también. Lamento que así sea, porque no quiero morir, pero me alegro de haber pasado por esto. 

Los del servicio de limpieza han empezado su trabajo. Con grandes mangueras mojan las paredes y los suelos del gran salón dejando todo limpio y blanco a su paso. Emplearán varios días en esta ardua tarea, día y noche, sin descanso, hasta que todo vuelva a estar como antes. Ya vienen a por mí; me relajo y me dejo arrastrar por el gran salón hasta la salida. Adiós a mis sueños de una vida nueva. No ha podido ser; sólo espero que alguno de mis compañeros lo logre en el siguiente ciclo.

A los quince días de la limpieza, aproximadamente,  vuelven a elegir a otro óvulo de la sala. Me gustaría haber podido explicarle que no debe tener miedo, y que no sufra si no hay carrera. Su misión también es muy importante, casi más, porque gracias a él preparan el gran salón para el recibimiento. Llegará el día en que el óvulo elegido y el espermatozoide ganador se junten, produciéndose, así, el nacimiento de un nuevo ser.  Yo ya no estaré allí, pero me voy feliz porque sé que habré contribuido a que ese milagro sea posible.


La regla, por Claire Tarbet

El otro día, el cartero trajo un pequeño paquete. Era para mi hija. Ella no estaba en casa, así que lo dejé en la mesa de la cocina. Cuando ella entró, dijo con toda la naturalidad del mundo, "oh, esa debe ser mi copa menstrual". Me recordó lo diferentes que eran las cosas cuando yo tenía su edad.

Con 19 años vine a España para pasar un año en Madrid. Iba a vivir con mi vieja amiga del colegio, Bev, en un pequeño piso que habíamos alquilado en el Barrio del Pilar. Iba a ser una gran aventura. Por aquel entonces, no muchas personas se tomaban un año sabático, pero yo lo hice.

Empecé a hacer la maleta con todo lo que pensé que necesitaría en mis primeros tres meses; ¡mi ropa, mis libros, mis cintas y seis cajas de tampax! Bev me había contado lo caros que eran en España. Como no tenía mucho dinero, había decidido llevármelos para no tener que comprar allí. No había mucho espacio en mi maleta, así que decidí abrir cada caja y dispersarlos entre la ropa.

Traté de cerrar la maleta, pero por supuesto no hubo manera. Me senté encima de ella tratando de aplastarlo todo. Llamé a mi hermano, Andrew, para que me ayudase, y, aún así, no pudimos cerrarla. En un momento de desesperación acabé por desempaquetar todo y volver a empezar. Esta vez quitando algún jersey o alguna chaqueta que me pondría el día del vuelo, a pesar de que a principios de septiembre seguía haciendo calor en Inglaterra y en Madrid, mucho más.

Finalmente, el gran día había llegado; me iba a Madrid. Me despedí de mi familia en la sala de embarque y pasé por el control de seguridad. Ya estaba de camino.

El avión aterrizó; tuvimos que coger un pequeño autobús para llegar a la sala de llegadas. Hacía un calor horrible. Estaba sudando muchísimo, además tenía que cargar con todas las capas extras que llevaba. Pero, una vez llegué a la terminal de llegadas, me sentí más aliviada porque tenían el aire acondicionado puesto.

Ahora era el turno de encontrar mi maleta. No fue difícil, ya que era de un color muy llamativo, ¡turquesa brillante! Destacaba entre todas las demás. Mi padre, que estaba acostumbrado a viajar mucho, me aconsejó que eligiera esa porque facilitaba la tarea de localizarla en las cintas transportadoras. Tenía mucha razón.

Continué con el recorrido hacia el control de seguridad. Como no tenía nada que declarar, pensé que iba a ser una cosa rápida, pero no fue así. Unos guardias me pidieron que abriese la maleta para revisar, algo rutinario. Sonreí nerviosamente, y empecé a abrir la maleta. Tal vez había sido por mi cara extremadamente roja del calor, o por el color de la maleta o simplemente estaban haciendo su trabajo, pero, de todos los pasajeros, me habían elegido a mí para la revisión. Miraron entre toda la ropa; se miraron el uno al otro, obviamente sorprendidos por la cantidad de tampones que llevaba dispersos por toda la maleta. Me estaba muriendo de vergüenza. Finalmente, me dijeron que podía cerrarla, cosa que me costó conseguir de nuevo, y me fui en cuanto pude, mucho más roja que antes.

Todo es normal y natural, por Encarna Bas
La vuelta de vacaciones nos trajo una cenita y un nuevo tema. La regla. Podía ser un instrumento de medida, una norma de una comunidad y hasta el reglamento de una orden religiosa. Pero no, nuestro trabajo sería sobre la menstruación femenina… En mi juventud no se hablaba de eso: era impuro y casi pecaminoso. Nunca lo entendí porque todas las hembras de los mamíferos la tienen. Bueno, no sé si cetáceos y delfines también cuentan con ella. Preguntaré.

Todo esto me trajo a la memoria la preparación de mi primera regla por parte de mi madre.
Con traje de nido de abeja, muñeco al brazo y bragas de perlé hechas por mi abuela, aterricé en otro país con la lección bien aprendida: debía pedir ayuda en cuanto notara algo raro, si me dolía la tripa, por ejemplo. La directora sabría lo que necesitaba.

- Todo es normal y natural me dijo mi madre.
- Las plantas tienen savia y florecen.
- Esto te va a servir para tener niños, ¡con lo que a ti te gustan “.

Y, así, me fue enumerando un sinfín de cosas maravillosas  que me pasarían si todos los meses pasaba unos días sangrando.

La mire atónita, no lo entendía muy bien pero, lo que sí sabía era que resultaba totalmente innecesario que a mí me ocurriera aquello .Yo ya sabía, con una lucidez impropia de mi edad, que yo no iba a tener hijos.

Hoy en día, peino canas y he pasado por la vida haciendo todo lo que una mujer normal hace, pero cuidándome extremadamente de no engendrar otro ser.
Tuve la regla; se me fue; me sofoqué; sudé… En fin, todo el ritual y aún hoy me pregunto por qué aquella niña que se agarraba a su muñeco sabía  que ella no quería tener muñecos de carne y hueso.

Unas cosillas para tirar, por Gloria Gallego

Aquella mañana, me habían informado de la posibilidad de poner un puesto en la feria de Altaria en El Escorial. Se trata de una feria de artículos de segunda mano donde uno puede llevar todo lo que ha dejado de usar o la ropa que ya no le vale. Me pasé la tarde rebuscando en los armarios y cajones. No me gusta deshacerme de la ropa que no me vale, con la esperanza de que, en unos años, comience a desinflarme y me pueda volver a colocar las minifaldas y los vestidos.

Me iba desesperando porque no tenía ni idea de qué podría llevar, así que, cuando abrí ese cajón y me encontré con aquellas bolsitas tan monas, con esos dibujitos y lazos, que me acompañaban en esos días en los que te pesa hasta el aire, siempre en el bolso grande, cuando salir de casa era toda una sorpresa, supe lo que iba a llevar a la feria. Porque yo la feria no me la perdía.

Mi puesto sería el más femenino de toda la esquina; lo que yo no sabía, ni me esperaba, era el revuelo que se montaría por unas compresas y unos tampones.

A la feria suele ir la mayoría del pueblo y es normal encontrarte con gente conocida, amigas que se acercan a contarme sus menopausias, acompañadas de sus hijas, que me contaban sus reglas… Vendí alguna mercancía a chicas que llegaron a preguntarme si disponía de algún lugar donde poder colocárselo. Yo les ofrecí que lo hicieran debajo de la mesa, que para eso me había llevado un mantel grande. Las hijas de las amigas ya usaban otras marcas más sofisticadas que te permiten hacer el pino o bailar en tanga, pero yo defendía mi mercancía, que una compresa que viene en una bolsita es muy aprovechable. Compresas y tampones vintage total.

Vamos, que yo lo que quería era pasar el día en la feria y lo conseguí. La próxima vez me llevo también los condones que me dejé en el cajón pensando que lo mismo podrían servirme para algo. Una protección extra en una noche loca.

Me pregunto ahora si los tampax tendrán fecha de caducidad, que ya he visto que los condones sí.

A varias jovencitas les tuve que explicar este sistema de tampón, ya antiguo, que venía con un cartón. Claro, que era mucho más ecológico que los de plástico, imagino que ahora, además, biodegradable; imagino que, en breve, lo harán de maíz y te lo podrás hasta comer. Está claro que en esto no manda lo ecológico (si no, se hubiesen extendido las cápsulas que te metes como un jarroncito),  que ya es bastante tener que estar sangrando durante una semana, con una mala leche de narices, como para pensar en el papel, en los peces y en el planeta.

Estas y otras conversaciones conmigo misma resumen mi fin de semana en el mercado Altaria.

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